Las personas de ciudad tienen fama de ser menos amables con los desconocidos.
Existe la idea preconcebida de que las personas de pueblo son más amables que las de ciudad. La razones que se esgrimen son variadas: están menos estresadas, respiran más aire puro y menos contaminantes de vehículos, no van con tantas prisas ni se cruzan con cientos de desconocidos cada día, viven en espacios más grandes y agradables... Todo eso parece que hace a las personas de pueblo más proclives a ser más simpáticos y menos desconfiados cuando les pregunta algo un desconocido, a ayudar a cruzar la calle a alguien que tiene dificultad para hacerlo solo o simplemente a ser más solidarios con los demás. ¿Es esto cierto? ¿Ser de pueblo nos hace más amables?
Científicos lo han estudiado y parece ser que no: el grado de amabilidad de las personas no depende tanto del lugar donde vives sino de lo bien que vives. Según el estudio, publicado en la Royal Society de Londres, cuanto más cubiertas están las necesidades económicas de la persona, mayor es la predisposición a ayudar a los demás. Y cuantas más penurias pasa uno menos amable es con el entorno. La pobreza no es romántica ni los pobres son más buenos. Parece que todo lo contrario. Vivir dignamente, y para eso hacen falta sueldos dignos, influye de forma positiva en el carácter y nos hace más solidarios.
¿Dónde es más amable la gente?
Para comprobar donde era más amable la gente, si en los pueblos o las ciudades, los investigadores realizaron tres experimentos en 37 barrios diferentes de 12 ciudades y 12 pueblos del Reino Unido. En cada pueblo y ciudad se eligió un barrio más próspero y otro menos.
En cada barrio estudiado, comprobaron si la gente enviaba una carta perdida, recogían un objeto caído del suelo y cedían el paso a los peatones.
"Esperábamos encontrar que las personas estuvieran menos dispuestas a ayudar a un desconocido en lugares más urbanos donde el anonimato es mayor. Sin embargo, nuestros datos no respaldaron esta hipótesis. Vivir en entornos urbanos o con mayor densidad de población no influyó en la disposición de las personas para ayudar a un desconocido", explican Elena Zwirner y Nichola Raihani, autores del estudio.
"En cambio, el nivel económico del barrio explicó la mayor parte de la variación en el comportamiento de ayuda, siendo menos frecuente ofrecer ayuda en vecindarios más pobres", apuntan.
"Estos hallazgos destacan la importancia de los factores socioeconómicos, más que del hecho de vivir en el campo o en la ciudad, en el comportamiento hacia los demás de las personas", concluyen.
Pruebas para medir el grado de amabilidad
Los investigadores hicieron tres pruebas diferentes en barrios prósperos y menos prósperos de todos los pueblos y ciudades estudiadas:
- Devolver una carta perdida. Dejaron caer 879 cartas con una dirección concreta. Algunas cartas se dejaron en la calle con la dirección visible, mientras que otras se colocaron en parabrisas de automóviles con una nota que pedía ayuda para enviarla. Se registró si las personas ayudaron o no.
- Recoger un objeto caído. Dejaron caer tarjetas en el suelo y evaluaron si las personas que pasaban ayudaban a recogerlas. En algunos casos pidieron directamente ayuda a la gente y en otros casos no lo hicieron.
- Dejar cruzar a los peatones. Observaron si los conductores permitían o no que los peatones cruzaran la calle.