Parece mentira que una glándula de unos 20 g de peso y unos 5 cm de tamaño tenga un papel tan relevante en el organismo. “La tiroides es la encargada de que todas las células del cuerpo funcionen al ritmo que les toca”, nos cuenta el doctor Juan Carlos Galofré, endocrinólogo del departamento de Endocrinología y Nutrición de la Clínica Universidad de Navarra (CUN), y uno de los expertos más reconocidos del país y también a nivel internacional. Lo hace básicamente produciendo dos hormonas, la T3 y la T4, una especie de gestoras de nuestros tiempos internos. Cuando generamos pocas hormonas –y también demasiadas– nuestro reloj (y nuestra salud) se desajusta.
Señales de alerta de que no funciona bien
Los síntomas varían en función de si hay un exceso o un déficit de hormonas.
- Lo más habitual es que el cuerpo vaya lento. Cuando ocurre se habla de hipotiroidismo, y puede ser difícil de detectar porque los signos son muy generales y comunes. “Los pacientes hablan de cansancio, estreñimiento, tendencia a engordar, piel seca...”, aclara el experto.
- Cuando produce de más, vamos aceleradas. Es lo que se conoce como hipertiroidismo y, en este caso, los síntomas son más llamativos que si va lenta: se pueden sufrir taquicardias, palpitaciones, pérdida de peso, problemas para dormir, sudoración excesiva, temblor en las manos, ojos saltones...
El cerebro es el disco duro que la regula
Antes de adentrarnos en todo lo que podemos hacer para que esta glándula no se altere, es importante entender cómo producimos esas hormonas. Y es que la tiroides, en realidad, no actúa por su cuenta: recibe las órdenes del cerebro a través de la hipófisis (conocida también como pituitaria), un centro de control intermedio que procesa los mensajes relacionados con nuestras principales glándulas.
- Si tenemos pocas hormonas tiroideas circulando por la sangre, la hipófisis segrega TSH, una hormona que alerta a la tiroides para que acelere la producción.
- Cuando el cerebro detecta que ya hay suficientes, vuelve a enviar una señal a la hipófisis para que deje de producir TSH. Sin recibir ese empuje, la tiroides deja de fabricar T3 y T4 y los niveles se estabilizan.
- Quizá todo empiece ahí, en el cerebro. Que la TSH esté alterada puede ser la antesala de un trastorno tiroideo. A veces, el análisis de sangre muestra que los niveles de esta hormona son superiores o inferiores a los recomendados, pero tanto la T3 como la T4 están dentro de la normalidad. Es lo que ocurre en los casos subclínicos de hiper o hipotiroidismo, que al principio no suelen dar síntomas pero que, si no se detectan y tratan a tiempo, pueden acabar provocando que el nivel de las hormonas que fabrican la tiroides también se altere.
A veces, el propio cuerpo la ataca
El doctor Galofré nos aclara que la principal razón por la que la tiroides deja de trabajar bien son dos trastornos autoinmunes. Cuando aparecen, nuestro organismo fabrica anticuerpos para atacar a la tiroides e impedir su correcto funcionamiento. Así, la tiroiditis de Hashimoto causa hipotiroidismo, y la enfermedad de Graves-Basedow, hipertiroidismo. Aún no se sabe por qué el organismo se confunde y decide atacar a sus propias células, pero lo que está claro es que si ponemos de nuestra parte para facilitar al máximo un buen funcionamiento de esta glándula, el riesgo se reduce. Y hay factores ambientales que, también, pueden acabar alterándola.
Qué podemos hacer para que trabaje bien
Lo primero es chequear si nuestros menús son, o no, ricos en yodo, un mineral fundamental para la glándula.
- Sin yodo, la tiroides no puede hacer su trabajo. Sería como pedirle a un cocinero que hiciera una tortilla sin huevos. Y es que el yodo es el principal componente tanto de la T3 como de la T4. Por eso, si nos falta, es imposible que la tiroides pueda fabricar sus hormonas. Lo más sencillo y eficaz para obtener la dosis suficiente es que la sal que consumas sea yodada, como recomienda el doctor Galofré en la página anterior, y que la incorpores a los alimentos una vez cocinados (porque el calor destruye parte del yodo). Eso sí, la suma total debe ser inferior a 5 g de sal al día (menos de 1 cucharadita). Evita los alimentos procesados: son ricos en sal que, además, suele ser no yodada.
- Los productos del mar son también fuentes de yodo. Destacan especialmente los moluscos (almejas, mejillones...) y el pescado azul (salmonetes, sardinas...). Algunas hortalizas, como por ejemplo las acelgas, lo contienen en abundancia, aunque la cifra depende de lo rico y nutritivo que sea el suelo de cultivo. Los huevos y los productos lácteos también se recomiendan.
- El selenio es otro buen aliado. Como la naturaleza es sabia, las principales fuentes de yodo suelen aportar, además, este mineral indispensable para que las hormonas tiroideas se activen y cumplan sus funciones. Se recomiendan unos 55 microgramos al día. Los frutos secos, especialmente las nueces de Brasil y las pipas de girasol, son asimismo fuentes de selenio.
Compuestos que pueden dañarla
Tan importante es lo que comes como lo que evitas, porque ciertos ingredientes pueden tener un efecto tóxico sobre esta glándula.
- El yodo es bueno, sí, pero sin excesos. “Si tomas mucho yodo, puedes provocar que la tiroides se altere”, remarca el experto. Y aunque es muy difícil que esto ocurra si tu dieta es variada y equilibrada, debemos tener especial cuidado con ingredientes como las algas que, en este caso, contienen demasiado. Para que te hagas una idea la kombu, que se usa para elaborar la popular sopa japonesa de miso, aporta casi 400 mg por cada 100 g. Si te gustan estos productos del mar, puedes tomarlas, pero no con frecuencia. Y, si usas suplementos, hazlo siempre bajo supervisión médica y revisa su contenido en yodo.
- Hay medicamentos que la alteran, y algunos son de uso muy común, como los betabloqueantes (que se recetan, entre otras cosas, para tratar la presión alta), los corticoides (de efecto antiinflamatorio) o algunos antitusígenos y expectorantes. “Cuando un paciente tiene una disfunción tiroidea, debemos preguntar siempre si está tomando algún fármaco”, afirma el endocrinólogo.
- Procura reducir el uso de plásticos. Contienen disruptores endocrinos, con numerosos efectos nocivos para la salud. Uno de esos efectos es que alteran la función de la glándula tiroides, como han remarcado en el último congreso de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). Para reducir el contacto, evita comprar alimentos envasados en plástico (sobre todo si son grasos), no uses las fiambreras de este material para calentar comida y deshazte de ellas cuando empiecen a afearse o agrietarse. Si puedes, apuesta por cosméticos y productos de limpieza ecológicos, sin estos tipos de compuestos, y utiliza sartenes libres de metales pesados y nanopartículas (lo debe especificar en la etiqueta).
- Tabaco y alcohol no convienen. El cianuro de los cigarrillos hace que a la tiroides le cueste más aprovechar el yodo. Y se ha visto que abusar del alcohol es otro gran desestabilizador de esta importante glándula.
¿Tienes colesterol alto? Puede ser una señal temprana
El hipotiroidismo afecta al hígado. “Provoca que trabaje más despacio de lo que lo tiene que hacer”, aclara el doctor Galofré. Y esto influye en una de sus principales funciones: descomponer el colesterol para, luego, poder eliminarlo. Al ir más lento, por nuestra sangre acaba circulando más colesterol malo del que nos conviene. Por eso, sus niveles aumentan.
Cuando, pese a adoptar unos hábitos cardiosaludables, los niveles de colesterol no bajan, puede ser recomendable analizar los niveles de las hormonas implicadas en la tiroides.
En el hipertiroidismo pasa justo lo contrario: como el hígado acelera su ritmo, se deshace más rápido del exceso de colesterol malo (LDL) y suele bajar.