Apenas aparecen las dos rayitas inconfundibles del test de embarazo positivo, nuestro corazón da un vuelco.
No sabemos si es verdad, si lo estamos deseando, si no queremos ni pensarlo, si tenemos miedo, si es una buena idea, si no estamos en condiciones de afrontarlo, si tendríamos que tener una pareja estable, si tenemos pareja estable pero él no quiere tener hijos, si es un sueño hecho realidad, si hemos perpetrado una locura...
Es un momento muy raro, de potencia, de temor y de enormes ambivalencias. Lo hayamos deseado conscientemente o no, estamos embarazadas. Y tendremos que tomar algunas decisiones al respecto.
La responsabilidad de traer un hijo al mundo
Conviene aclarar que los embarazos rara vez suceden según lo habíamos planeado. Es más, si efectivamente fuéramos tan capaces de planear los embarazos, posiblemente la humanidad dejaría de existir.
Porque para desear conscientemente un hijo, son muchísimas las partes de nuestra vida que tendrían que coincidir, y luego, ese hijo también tendría que desear anidar. Por lo tanto, siempre es mejor amigarse con el modo en que ocurren las cosas.
Somos muchas las mujeres que llevamos como una carga la vergüenza por “no haber deseado a ese hijo”. Sin embargo, si ese hijo fue concebido, y el embarazo, llevado a término, el deseo necesariamente también estuvo presente. Quizás de manera menos consciente. Pero ésas son nimiedades para el sentido profundo de la vida.
Decisiones personales
La cuestión es que estamos frente a la escena del test positivo. Con deseo consciente de tener hijos o sin él. Con una vida más o menos organizada, o totalmente fuera de nuestros tiempos aparentemente adecuados. Tal vez sea una grata noticia, fuerte, pero feliz a fin de cuentas.
O quizás sea una bomba cayendo en medio de una crisis vital sin precedentes. Ambas situaciones merecen ser meditadas y, en ambos casos, necesitamos apoyo, compañía y acercamiento de voces sabias y generosas.
¿Qué tipo de ayuda deberíamos recibir?
Definitivamente, nada que se asemeje a consejos u opiniones sobre la continuación o no de ese embarazo. Esas decisiones son muy personales, no obedecen a ninguna razón y no incumben a nadie.
Una vez aclarado este punto, es importante reconocer que todas las mujeres estaríamos en condiciones de seguir adelante con los embarazos y las crianzas de esos niños si tuviéramos el sostén necesario.
Cada vez que una mujer, a pesar de su dolor, comprende que no está en condiciones de continuar con un embarazo, es porque sabe que está sola frente a la inmensa responsabilidad de traer un niño al mundo. Por lo tanto, no necesita ser penalizada una vez más, sino que merece ser amparada y protegida.
Si, por el contrario, decidimos cerrar los ojos y desafiar nuestros miedos, rindiéndonos al destino y aceptando que nos ha llegado la hora de la maternidad –lo hayamos planeado o no–, empieza una aventura. Es el inicio de un modo diferente de conexión con el sí mismo profundo.
Si no nos hemos entrenado en el ejercicio de atender nuestras percepciones e intuiciones, ésta es la oportunidad justa. Porque el embarazo, lo descubriremos pronto, es el instante ideal para iniciar un camino hacia dentro.
Reducir los ritmos cotidianos
¿Por dónde podemos empezar? Idealmente, por no correr hacia ningún lugar. Hacer las cosas con calma, a su tiempo, es la mejor manera. Por ello deberíamos:
- No atosigarnos con visitas médicas tan prematuramente
- No dar la noticia a diestro y siniestro, sino esperar a que el embrión se sienta confortable y seguro
- No atiborrarnos con análisis clínicos, ni tactos innecesarios
- Ni tampoco con seguros a todo riesgo
Es un embarazo. Es un milagro de la naturaleza humana. No compete a nadie más que a la mujer que lo está procesando y aceptando; y a su pareja, si es que hay alguien embarcado con nosotras.
Si ya tenemos hijos nacidos, obviamente esta realidad también les pertenece. Por eso merecen escuchar las palabras que nombren este embarazo, para ordenar y aliviar los sentimientos antagónicos que puedan tener.
Tras conocer la noticia del embarazo, solo deberíamos hablar de él con nuestro círculo más íntimo
Pero procuremos hablar sobre el embarazo solo en nuestro circuito íntimo. Y tratemos de bajar la velocidad de nuestra vida cotidiana: dejemos de lado los proyectos laborales de gran alcance, reduzcamos la cantidad de horas que trabajamos y busquemos momentos de relajación, de meditación o simplemente de reposo, aunque no nos sintamos realmente cansadas.
Son muchas las cosas que tenemos que acomodar para dar lugar al nuevo embarazo, pero casi todos esos asuntos están alojados en nuestro territorio emocional. Por eso, en lugar de “hacer”, tendremos que “ser”. Alinearnos. Revisar si, efectivamente, estamos otorgando prioridad al embarazo.
Generar conversaciones profundas y sinceras con nuestra pareja –si tenemos una– o bien con las personas que supuestamente nos apoyarán en la crianza del niño.
El primer trimestre, un momento de introspección
En realidad, éste es el motivo por el cual las mujeres habitualmente nos sentimos mal: solo con malestar, náuseas, sueño y poca energía, nos rendimos al descanso.
La naturaleza es sabia. Nos impone el descanso y nos impide continuar con nuestras rutinas. De ese modo, entramos en contacto permanente con nuestro estado de embarazo. Todo lo demás no tiene importancia.
Una visita ginecológica a conciencia durante el primer trimestre es suficiente, si estamos saludables y si se confirma que el embarazo efectivamente está instalado.
Nutrición física y emocional
El tiempo de dedicación a nosotras mismas nos va a permitir hacer hincapié en nuestra alimentación, tanto física como emocional.
Si somos capaces de detenernos, si comemos tranquilamente, sabremos elegir con mayor criterio los alimentos nutritivos, poco elaborados, naturales y frescos. De hecho, las náuseas y los vómitos habituales durante el primer trimestre nos obligan a prestar mucha más atención al alimento.
Es fundamental alimentarnos de forma saludable y escoger vínculos que nos hagan sentir bien
La nutrición emocional también se convierte en un hecho prioritario. Sentirnos más “sensibles” es el modo en que la naturaleza femenina nos devuelve el derecho de elegir los vínculos que nos hacen bien y desechar aquellos que nos hieren.
Por eso, en lugar de despreciar esta hipersensibilidad al estilo “estoy hecha un desastre, lloro por todo o por nada, estoy irreconocible”, deberíamos aprovechar estas percepciones aumentadas para tener el coraje de decidir qué es nutritivo o qué es peligroso para el alma del niño que estamos gestando.
Una cuenta atrás
Las mujeres vivimos el embarazo como un tiempo de descuento. Nos faltan seis meses para el parto, o nos faltan cinco, o tres. Sentimos que, en un lapso de tiempo muy corto, tenemos que tomar muchas decisiones sobre temas que no hemos abordado con anterioridad.
Es cierto que las mujeres saludables pocas veces hemos visitado tanto al médico como durante el embarazo, y eso nos trae ansiedad y preocupación.
También estamos informándonos por primera vez sobre cuestiones de partos y nos sentimos en un mar de tinieblas entre tantas opiniones contradictorias.
Viviendo estas circunstancias, será pertinente no tomar decisiones basadas en el miedo, sino en la cercanía entre las propuestas existentes en la atención de los embarazos y partos y nuestra propia manera de vivir.
El embarazo no es una enfermedad. Es una etapa de la vida sexual de las mujeres que nos invita a conocernos más y a volvernos responsables de nuestros actos.
Un momento para conocernos
En todos los casos, sería saludable apelar a nuestra madurez emocional antes de perdernos en el abanico de ofertas médicas o psicológicas. Si escuchamos nuestras voces internas, sabremos qué es lo mejor para cada una de nosotras.
Sentir las transformaciones de nuestro cuerpo, empezar a percibir los movimientos del bebé, desacelerar el ritmo de vida a medida que avanza el embarazo, respirar, meditar, hacer actividades que apunten a expandir nuestra conciencia y buscar información valiosa... todas estas actitudes son favorables para llegar al parto en buenas condiciones anímicas.
La seguridad interior basada en el conocimiento de nosotras mismas nos permitirá estar muy atentas a las señales que emita el bebé.
Porque a partir del momento en que nos hemos quedado embarazadas, el bebé que llevamos en nuestras entrañas forma parte de las decisiones o actitudes que pretendemos asumir. Ya no somos una. Somos con el otro.
Cuando no tenemos pareja
Hay cientos de miles de mujeres que quedan embarazadas de relaciones ocasionales o de relaciones estables sin convivencia, o de hombres que no están dispuestos a asumir su paternidad.
Pues bien, si decidimos llevar adelante el embarazo, parir y criar al niño, es el momento de tener los pies sobre la tierra y no dejarnos llevar por nuestras fantasías románticas. La única verdad es que somos nosotras, solo nosotras, las que deseamos este hijo.
Si aceptamos la verdad, buscaremos ayuda concreta y trataremos de ser felices
En cambio, si insistimos en que el hombre debería hacerse cargo del bebé, debería ser responsable, darle el apellido, pasar una pensión alimentaria... perderemos nuestra valiosa energía en todos los “debería” sacados de una galera mágica que vibra sólo en nuestra imaginación.
Acumularemos rabia y dolor, y continuaremos relatando a nuestro hijo todas las calamidades atribuibles a un padre biológico que “lo abondonó”. Atosigar al niño con relatos cargados de amargura no sirve para nada. Con las manos en el corazón, las cosas no han sucedido exactamente así.
Sería mucho mejor relatarle los valores que sí hemos conocido en ese padre: el buen carácter, los hermosos ojos verdes que aún recordamos, el instante de amor que hizo posible la concepción de este hijo, el agradecimiento que conservamos –aun después de tantos años– por habernos ayudado a engendrar a este hijo maravilloso que hoy estamos amando.