¿Por qué mi hijo está tan mal cuando vuelvo a casa?

Llegamos a casa después del trabajo deseando que los hijos nos abracen regalándonos risas y besos. Pero muchas veces, la bienvenida es tensa y llorosa; no tienen otro modo de decirnos que hace largo rato que esperan.

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mi hijo mal cuando llego a casa

Madre e hijo

Laura Gutman
Laura Gutman

Psicoterapeuta familiar

Todos sabemos que las jornadas laborales son muy largas. Llegamos agotadas a casa, y allí no sólo nos esperan nuestros hijos, sino también una considerable cantidad de temas por resolver.

El orden hogareño, la compra, el lavado de la ropa, llamadas telefónicas pendientes y alguna que otra relación de amistad que no queremos desatender completamente, porque de lo contrario, sentimos que nos hemos quedado sin vida personal.

Si tenemos pareja, quizás repartimos un poco las obligaciones, aunque no es así en todos los casos. A veces estamos agobiadas por estrecheces económicas o la búsqueda infructuosa de trabajo. Es decir, la vida no nos sonríe tanto como nos gustaría, pero hacemos todo lo posible para seguir adelante.

El final de una larga jornada

Dentro de este panorama, a veces hay niños pequeños que también intentan colaborar desde su humilde posición: no se quejan al ir a la escuela, hacen los deberes medianamente, ayudan a sus hermanos menores o miran la tele sin molestarnos.

Pero incluso haciendo grandes esfuerzos para ayudar a sus padres, siguen siendo niños, es decir, tienen enormes necesidades de dependencia emocional que merecen ser satisfechas.

Muchos de los niños que viven en ciudades con padres que trabajan todo el día pasan relativamente bien sus jornadas realizando sus actividades, pero se enfadan justo en el momento en que mamá llega a casa.

Se abre la puerta y, ¡zas!, el niño se cae, se lastima o la hermana se burla de él. Justo en ese momento, ni antes ni después. Mamá entra, y sin tener tiempo para dejar el bolso, lo coge en brazos, le pregunta qué le sucede, lo mima, le dice “cariño, mamá ya está aquí”.

Muchos niños se enfadan, se lastiman, se pelean... justo en el momento en que mamá llega a casa

Entonces el niño llora un poco más fuerte, dice que le duele la barriga, que tiene hambre, que tiene fiebre, que la hermana le gritó. La hermana también aparece en escena y ambos lloran... y mamá tiene ganas de volver al trabajo. Más o menos, así es la escena alrededor de las seis de la tarde en todas las casas donde hay niños pequeños.

¿Qué hemos hecho mal?

Aunque llegamos de buen humor, ansiosas por ver a los niños y con la intención de disfrutar de un rato de calma, generalmente a los pocos minutos abandonamos esas fantasías y reconocemos que hasta el metro puede ser un sitio más confortable que el salón de nuestra casa con dos o tres niños peleándose.

La persona cuidadora, con aires de superioridad, nos asegura que antes de nuestra llegada estaban tranquilos y concentrados en sus tareas.

Algo habremos hecho mal. ¿Nuestra presencia los desequilibra? ¿Deberíamos trabajar más horas y llegar más tarde a casa? ¿Por qué a veces nos reciben con rostros de enfado? ¿Acaso no están felices de vernos?

Los niños siempre esperan recuperar el tiempo perdido con mamá, pero no saben demostrarlo de un modo directo

Antes de respondernos, tomemos en cuenta que los niños han esperado muchas, muchas, muchas horas. Incluso si han atravesado con alegría la jornada, tanto en casa como en la escuela, los niños siempre esperan recuperar el tiempo perdido con mamá. Sin embargo, no son capaces de demostrarlo de un modo directo.

Primero salta a la vista el cansancio de la espera. La desilusión. El fastidio. Por eso, los niños suelen manifestar en primer lugar aquello que tenían guardado. Y quién mejor para aceptar, sostener y aliviar el hastío que mamá.

Acercarnos sin rencor ni exigencias

Que reaccionemos de mala manera al enfado del niño pequeño simplemente complica las cosas. Porque de este modo aumentamos el encadenamiento de rencor sin lograr ningún encuentro esclarecedor ni confortable para nadie.

¿El niño debería tratarnos mejor? ¿Por qué? Es un niño y se supone que tiene menos recursos emocionales para hacerse cargo de su malestar que nosotros.

En realidad, somos los adultos, los padres, a quienes nos corresponde primero comprender, y luego abordar la dificultad del niño que nos ha estado esperado... y está cansado de esperar.

La mejor opción es aceptar el enfado del niño. Intentar acercarnos, con su irritación incluida, si es posible con palabras amorosas que expresen que lo comprendemos perfectamente y que nosotras en su lugar estaríamos igual de disgustadas, o más.

Si somos capaces, sería ideal permanecer junto al niño, en lugar de aprovechar su molestia para volver a dejarlo solo y resolver nuestras tareas pendientes. Permanecer es la primera premisa.

El niño tiene menos recursos emocionales para hacerse cargo de su malestar que nosotros

Luego, en la medida que el niño va obteniendo confianza al asegurarse de que seguiremos estando a su lado, podemos recuperar el tiempo perdido para vincularnosde un modo lúdico, es decir, con una modalidad acorde a la edad de cada niño.

Quizás las madres no sabemos o no deseamos jugar, pero hay algunas actividades muy sencillas que nos pueden relajar y hacer que el encuentro en este punto del día se vaya generando imperceptiblemente.

Tareas sencillas... y compartidas

Una buena idea es sacarnos los zapatos y dejarnos caer tranquilamente en el suelo. El niño adorará sentarse con nosotras, tumbarse y jugar sobre nuestro cuerpo, dar vueltas alrededor de nuestra cabeza o jugar al tobogán sobre nuestras piernas.

Recordemos que aunque tengamos una larga relación de obligaciones pendientes en nuestra mente, el primero de la lista debería ser siempre el niño, aunque en muchos casos ni siquiera lo anotamos como una obligación impostergable.

Aunque tengamos mil cosas pendientes que hacer, el primero de la lista debería ser siempre el niño

También podemos abrir un grifo de agua de la bañera, y si el niño aún no quiere meterse en ella para tomar su baño, podemos escoger algunos juguetes y lavarlos. Si estamos junto a un niño alrededor de un chorro de agua, siempre fluirán la alegría y la calma.

A esas horas es bastante probable que tengamos que preparar la comida. Pues que nos ayuden. Los niños adoran preparar con el adulto, por ejemplo, una ensalada de frutas... que irán comiendo, obviamente, mientras la preparan.

Estamos juntos, hacemos algo que de todas maneras había que resolver, es saludable, y no requiere más que unas frutas y un cuchillo. Y las ganas de estar un rato junto al niño, sin pretender preparar la comida en cinco minutos, como haríamos si estuviéramos solas.

La opción más placentera y menos exigente para las madres que trabajamos es no hacer absolutamente nada en cuanto llegamos a casa. Recostarnos en la cama o en el sofá y observar al niño. Asombrosamente, el niño inventará algún juego, nos dirá “mírame mamá”, y todo lo que tendremos que hacer nosotras es mirarlo. Es tan simple que jamás hacemos la prueba.

Es interesante notar que la propuesta es “hacer lo menos posible”, justo cuando estamos agobiadas por todas las tareas que quedan sin hacer. Sin embargo, con un niño enfadado o triste no lograremos resolver adecuadamente nada.

Simplemente adecuándonos a la situación, lograremos llegar sin tanto nerviosismo. Si los niños están reclamando mirada y atención, lo más operativo y eficaz será prestarles, en primer lugar, esa consideración que esperan. Luego, lo que haya que resolver, se resolverá con mayor fluidez.

Darnos amor hoy para afrontar el mañana

Cuando hay varios niños en casa y todos esperan recibir cuidados de mamá, tendremos que multiplicar la paciencia tratando de establecer prioridades. Los menores son quienes más sufren la ausencia; por lo tanto, podremos contactar corporalmente con el hijo más pequeño cogiéndolo en brazos, mientras revisamos los deberes del mayor y acogemos los dibujos de nuestro hijo mediano. Es así.

Intentemos por un momento ponernos en la piel de los niños. Ellos han atravesado jornadas muy prolongadas, asumiendo sus obligaciones pero con menos recursos emocionales que los adultos. La forma de nutrirse para poder estar en condiciones de afrontar el día siguiente con la escuela, las actividades o las horas extensas fuera de casa, es alimentándose cada día de sustancia materna.

La infancia de estos niños pasará velozmente. Ellos nos necesitan ahora. No es necesario realizar grandes proezas, ni ofrecerles viajes espectaculares, ni una situación económica abundante, ni la mejor escuela posible, ni siquiera muchos juguetes.

La infancia pasa muy rápido y nos necesitan ahora que son pequeños

En cambio, cada segundo de dedicación, de presencia, de interés genuino, de conversaciones o de bromas, de canciones, de cuentos, de historias reales o inventadas, de juego o de descanso compartido, eso sí que es un lujo si lo compartimos grandes y pequeños.

Incluir a los hijos en nuestras agendas

A algunos puede parecerles un tanto frívolo; sin embargo, resulta eficaz: entre todas las tareas que anotamos puntillosamente en nuestra agenda –las llamadas pendientes, los pagos a realizar, una reunión, la cita con el dermatólogo, la cena en casa de una amiga...– apuntemos también las franjas horarias que decidimos dedicar a nuestros hijos pequeños.

Así, cuando alguien nos proponga un encuentro, revisaremos la agenda y constataremos que ese horario está ocupado. Si no nos comprometemos por escrito, llamativamente sin darnos cuenta, iremos ocupando horarios de ocio que “están vacíos” y que terminamos escamoteando del tiempo reservado originalmente a nuestros hijos pequeños.

¿Es horrible que tengamos que tener un recordatorio de este tipo para compartir un tiempo con nuestros hijos? Quizás sí, pero si ellos salen beneficiados, ¡qué importa! En nuestra vida ajetreada, el orden juega a favor de todos.

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