Hasta hace poco solo se consideraba el valor calórico de los alimentos, sin tener en cuenta cuándo se tomaban. Y eso es un error, porque un nutriente puede ser digerido y aprovechado de forma diferente según la hora del día. Por ello se ha acuñado un nuevo concepto que quizá te suene: la crononutrición.
El respeto por “el reloj interno” del organismo conlleva, entre otras cosas, un ayuno nocturno de al menos 10 horas. Y eso implica, necesariamente, cenar no muy tarde.
Ten en cuenta que las hormonas implicadas en el control del azúcar y la grasa están menos activas por la noche, por lo que debemos cenar antes de que esas funciones se ralenticen. De este modo conseguiremos “procesar” mejor los alimentos y no se depositarán tan fácilmente en forma de grasa.
Así tendremos un mayor control sobre nuestro peso y también será menos probable que tengamos enfermedades metabólicas como la diabetes o el colesterol alto.