Las tortugas entierran sus huevos en la tierra, donde son incubados. El momento de la eclosión es crítico, ya que las crías no cuentan con la ayuda de su madre para salvar el corto pero decisivo trayecto que va desde el agujero en el que nacen hasta el agua. La atenta mirada de los depredadores acompaña el instante más decisivo de sus vidas, ese en el que cientos de pequeñas tortuguitas corren de manera frenética hacia el agua para salvar sus vidas. Sin embargo, el misterio de la naturaleza y la biología aparece aquí una vez más para poner en marcha uno más de sus milagros: las tortuguitas se ponen de acuerdo para sincronizar su eclosión, salir todas a la vez y asegurar así la supervivencia del mayor número posible de ellas.
Pero, ¿cómo es eso posible? Un grupo de zoólogos australianos ha desentrañado recientemente el misterio. En una extraordinaria demostración de comunicación fraternal los embriones de las tortugas se comunican entre sí más allá de las diferencias de temperatura o metabolismo que determina el tiempo de desarrollo embrionario. Los embriones de las tortuguitas son capaces de sincronizar el ritmo de sus corazones, comunicándose a través de ellos todavía dentro del huevo. Aquellas más desarrolladas marcan el compás de crecimiento de las más atrasadas, que lo adaptan para coger el ritmo y poder nacer todas al mismo tiempo. Finalmente en un crescendo asombroso el ritmo de corazón sincrónico del grupo marca la señal de eclosión compartida que asegura en buena medida la mayor supervivencia posible de todo el grupo.
El corazón del bebé en formación
El pequeño embrión no es parte de la madre. Con un 50% de material genético procedente del padre, ya está dotado de la capacidad de inducir un extraordinario cambio en el sistema inmune de la madre, que tolerará durante todo el embarazo la presencia de material genético no propio. En señal de agradecimiento el feto regalará, en un proceso absolutamente asombroso, un grupo de células propias que atravesarán la placenta para instalarse para siempre en los órganos de la madre, detectables incluso décadas después de haberse producido el nacimiento. Ese regalo, el microquimerismo, almacena en diversos tejidos de la madre células del feto que constituyen una fuente de rejuvenecimiento y regeneración privilegiada de tejidos lesionados. Cuando el corazón de la madre enferma, entonces esas células, largo tiempo acumuladas y con capacidades pluripotenciales, viajan al corazón herido para regenerar las células cardiacas lesionadas.
Desde esos primeros estadios de desarrollo el corazón del hijo ya es capaz de mostrar una especie de comportamiento inteligente e intencionado.
Embriológicamente, el corazón vino primero. Antes incluso que el cerebro. El sistema cardiovascular es el primer sistema orgánico funcional del embrión. Su formación comienza tan pronto como en la segunda semana de gestación. Una pequeña masa de células musculares temblorosas va adoptando poco a poco el que será el ritmo de su canción, una forma de excitabilidad contráctil marcada por el latido del corazón de su madre que va coordinando el movimiento simultáneo de todas ellas. Y ya desde el día 20 entra en funciones, y se hace visible con la ecografía desde el día 23.
Cruce de corazones
El hilo de nuestra vida se ancla en el centro de nuestro ser, por eso es allí donde se encuentra el corazón, en el centro, como un Sol en su sistema, lleno de voluntad y poder, infatigable, irradiando su calor a través de los rayos de la red vascular hasta los confines de su tierra.
La fuerza eléctrica del corazón es 60 veces más poderosa que la del cerebro, y su potencia magnética puede medirse a más de cinco metros y es cinco mil veces superior al órgano que le sigue a continuación, el cerebro. El corazón tiene su pequeño propio cerebro, unas 50.000 neuronas que le hacen un órgano sensorial y un sofisticado centro de recepción y procesamiento de información con capacidad de sentir y pensar de forma independiente. El patrón de información propio de cada estado emocional es comunicado a cada célula del cuerpo a través del campo electromagnético cardiaco, que actúa como una onda portadora de información. El corazón gobierna el flujo de energía de todo el organismo, es el emperador del cuerpo humano y todos los órganos son sus subordinados.
Una auténtica maravilla ocurre cuando un corazón se sitúa junto a otro y ambos sintonizan y acaban latiendo a la vez y compartiendo su ritmo. La ciencia ha demostrado que es posible registrar el electrocardiograma (ECG) de una persona en el encefalograma (EEG) de otra, siempre que esas dos personas estén en cercanía próxima y sobre todo si se encuentran en contacto físico.