Por qué los fármacos crean dependencia

Nos hemos acostumbrado a pensar que los medicamentos son imprescindibles pero esto no siempre es así. En gran cantidad de casos, la mejoría que notamos está en el propio cerebro y no en la eficacia real de los fármacos.

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farmacos y dependencia

Chica sentada en un lago

Nuria Blasco

Periodista

Llevas días con dolor en las lumbares o decaimiento y decides “probar” con esas pastillas que aquella vez te fueron tan bien. Quizá ni siquiera las tomaste tú, pero resultaron “milagrosas” para tu pareja, tu amiga... ¿Te suena la escena?

Casi todos la hemos protagonizado. Y en ocasiones nos funciona más por la confianza que ponemos en que así sea que por la necesidad real que tenemos del medicamento. Ese “enganche” emocional a los fármacos implica riesgos.

Los riesgos de la automedicación

Según un estudio de la Unión Europea, España es el tercer país del mundo en automedicación. Además, hay informes que aseguran que las mujeres somos las más proclives a ello sin considerar los riesgos que entraña:

  • Toxicidad: Un fármaco puede no actuar igual en distintas personas e incluso su efecto sobre una misma puede variar según sus circunstancias momentáneas, por ejemplo que esté tomando otra medicación.
  • Falta de efectividad y resistencia: Lo primero ocurre sise usan para lo que no están indicados. Lo segundo sucede, por ejemplo, si se abusa de los antibióticos: el cuerpo desarrolla mecanismos de defensa frente a ellos y dejan de ser eficaces.

El uso excesivo de algunos fármacos puede provocar dependencia y falta de efectividad

  • “Ocultan” procesos más graves y eso provoca un retraso en el diagnóstico y el tratamiento correctos.
  • Dependencia: Tomados en exceso, los fármacos tienen el mismo efecto adictivo que las drogas.

¿La mente puede curar?

Cuando alguien diagnosticado de migraña, por ejemplo, empieza a sentir un ligero dolor de cabeza es fácil que piense enseguida en la pastilla que suele tomarse cuando le dan las crisis. Si descubre que no la lleva encima, puede sentirse peor.

O al revés, a veces, ante un dolor de cabeza puntual, a los cinco minutos de ingerir un analgésico sentimos alivio, cuando estos fármacos necesitan unos 20 minutos para actuar.

¿Podríamos estar ante dos de esos casos en los que el fármaco no era necesario y hubiera bastado, por ejemplo, con estirarse un rato a oscuras? Seguramente sí, pero entonces, ¿cómo se explica el empeoramiento en el primer supuesto y la mejoría repentina en el segundo? Pues por el poder que tiene nuestra mente.

El efecto "mágico" de todos los medicamentos

Cualquier medicamento tiene un efecto farmacológico, es decir, actúa sobre determinadas células y órganos. Por ejemplo, un broncodilatador ensancha los bronquios, aliviando el asma. Pero también todos los fármacos tienen un efecto placebo: nos hacen mejorar por el simple hecho de la fe que depositamos en ellos.

Se produce una transformación real en el cerebro: basta con que la persona esté convencida de que un fármaco le va a aliviar el dolor para que, incluso antes de tomarlo, su mente ordene a su organismo segregar sustancias de efecto analgésico (endorfinas, serotonina) que le harán sentir cierta mejoría.

Cuando tenemos fe en un fármaco, nuestra mente ordena al organismo segregar sustancias de efecto analgésico

Y algo similar ocurre con la relación médico-paciente: si logras encontrar a un doctor que te genere mucha confianza, cualquier tratamiento que te prescriba puede darte mejores resultados que si el mismo te lo recetara otro especialista.

El mal uso de los fármacos

Analgésicos, antidepresivos, somníferos y adelgazantes se encuentran entre los fármacos que más se toman “a la ligera”.

Según el doctor Josep María Farré, Jefe del Dpto. de Psicología y Psiquiatría del USP Dexeus de Barcelona, "quienes recurren más a medicamentos que no necesitan son las personas impacientes, las impulsivas, las que siempre anticipan el daño o potencian los síntomas con su ansiedad y las que son hipocondríacas".

También explica el doctor Farré que hay determinadas personas que se resisten a finalizar un tratamiento aunque el médico les diga que están curados: "Primero se resisten a tomar la medicación. Luego, a pesar de su mejoría, son reacios a abandonarla, manteniendo incluso dosis ineficaces. O no la toman, pero la tienen cerca, como si existiera un control “mágico” de la enfermedad por la proximidad del fármaco".

Los peligros de los medicamentos en los que no pensamos

La mayoría de los fármacos, tiene además de los efectos para los que están pensados, otros efectos secundarios que debemos tener en cuenta:

  • Pastillas para el dolor: Hay analgésicos (opiáceos) que crean dependencia. El ácido acetilsalicílico puede irritar las paredes del estómago, por lo que no debe tomarse en caso de gastritis, acidez o úlcera. Tampoco el paracetamol, que llega a ocasionar trastornos hepáticos, además de (como el ibuprofeno) diarrea, urticaria...
  • Contra la depresión: Quizá nos los recetaron en un momento en que sí los necesitábamos y volvemos a recurrir a ellos en cuanto sentimos algo de ansiedad. Pero si no nos hacen de verdad falta y/o se abusa de los antidepresivos, pueden provocar desde visión borrosa a arritmias, pasando por disfunciones sexuales varias, insomnio o dificultad para producir saliva y masticar. Los hay que, combinados con algunos fármacos contra la migraña, provocan alucinaciones. Y otros que no deben tomarse si se padece del riñón.

Analgésicos, antidepresivos, somníferos y adelgazantes son los fármacos que más se toman “a la ligera”

  • Contra el insomnio: Los somníferos deben usarse solo de la manera y por el tiempo exactos para el que fueron prescritos. Si no puede darse, por ejemplo, lo que se conoce como insomnio de rebote (más severo que el inicial), amnesia, disminución de reflejos y hasta conductas extrañas como conducir medio dormido.
  • Para adelgazar: Hay quienes se exceden un día a la hora de la comida con la "tranquilidad" de que la jornada siguiente se tomarán una pastillita que les liberará de las grasas consumidas. Esos medicamentos deberían usarlos solo quienes de verdad sufren obesidad. Pueden provocar irritabilidad, dolores de cabeza, náuseas, insomnio...