Cuando la circulación cerebral se interrumpe por el motivo que sea, sufrimos un ictus. Popularmente esta situación también se denomina derrame o infarto cerebral, embolia, trombosis...
El cerebro es un órgano que reclama un 20% de la sangre que circula por el organismo para funcionar correctamente. Por eso, si el flujo se corta aunque sea por poco tiempo, las células del área que no reciben riego mueren.
Y no es algo que se deba relacionar con gente mayor. Aunque la mayoría ocurre en personas a partir de los 65 años, según datos de la Sociedad Española de neurología, entre el 10-15% de los casos se dan en personas menores de 45 años. Además, alertan que un 25% de población va a sufrir un ictus en algún momento de su vida y si no aumenta su prevención, en menos de 15 años el número de casos de ictus aumentarán un 35%.
Lógicamente, las secuelas que puede provocar son más o menos graves según la zona del cerebro a la que afecte y la intensidad del ataque.
El 29 de octubre se celebra el Día Mundial del Ictus, buen momento para recordar que, a pesar de que la incidencia de este trastorno que puede tener consecuencias trágicas es muy alta.
Se ha demostrado que muchos podrían evitarse, y si ocurre pero se actúa rápido puede no dejar secuelas.