Ventajas y desventajas de beber agua durante las comidas

Sé que beber un rato antes de las comidas puede saciar y hacer que consumas menos calorías. ¿Ese efecto también se consigue si bebemos durante la comida? ¿Puede perjudicar la digestión?

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Marta Verona
Marta Verona

Nutricionista y cocinera

Sí, beber en la comida hará que comas menos, aunque tiene sus inconvenientes. Pero vayamos paso a paso; para entender por qué nos sacia, imaginemos que el estómago es como un globo que se hincha; cuando comemos, sus paredes se van dilatando y ensanchando hasta que nos sentimos llenos.

Eso sucede gracias a unas terminaciones nerviosas que hay en el estómago y que identifican la presión, denominadas baroreceptores. 

Cuando esos receptores  estomacales sienten que hemos comido suficiente, porque nuestro estómago está lleno y sus paredes tienen mucha presión, el mensajero que conecta el aparato digestivo con el cerebro –alias nervio vago– le dice a este último que ya es hora de dejar de comer.

Lógicamente, si bebemos gran cantidad de agua antes de comer o durante la comida, comeremos menos cantidad de alimentos, porque nuestro estómago (o globo) tiene una capacidad limitada para llenarse.

Ahí puede empezar el problema que intuías.

Beber mucha agua dificulta la digestión

Cuando terminamos de comer, nuestro estómago se cierra y comienza la digestión liberándose los famosos jugos gástricos. Y el agua dificulta la digestión porque diluye esos jugos que descomponen los alimentos, haciéndolos menos ácidos. De esta manera la digestión será menos eficaz y mucho más pesada. Eso sí, tienes que tomar mucha cantidad de agua.

También es importante el agua que se ingiere después de ingerir alimentos. Para una digestión más ligera, lo ideal es no beber agua hasta pasados 30 minutos después de las comidas, como mínimo.

Otras manera de sentirnos saciados

Si tu objetivo es sentirte saciada, hay otras vías que estimulan la saciedad. Te destaco las más importantes:

Descansa como mínimo 7 horas

Cuando dormimos, nuestro estómago genera una hormona llamada leptina u hormona de la saciedad. Tiene lógica. Imaginaos estar despertándonos cada dos horas porque el gusanillo llama a la puerta. Cuando estamos despiertos y es hora de activarse, nuestro organismo genera la hormona antagonista, la grelina u hormona del apetito. Por lo tanto, cuanto menos durmamos, menos hormona de la saciedad generaremos ¡y más hormona del apetito!

Come despacio

Si comemos demasiado rápido, aunque las paredes del estómago tengan presión porque en realidad ya hemos comido suficiente, a nuestro nervio vago no le dará tiempo a avisar al cerebro de que estamos llenos y seguiremos comiendo aunque ya no lo necesitemos. Conviene masticar los alimentos a conciencia y descansar entre bocado y bocado, disfrutando de los sabores.

Evita los alimentos con harinas refinadas y grasas saturadas

A nuestro cerebro le chiflan el azúcar y la grasa porque no tiene un pelo de tonto: son los nutrientes que nos aportan más energía en menos tiempo. Por eso, nuestro cerebro nos pide más y más, y nos cuesta saciarnos con ellos. Necesitas todo lo contrario.

Prioriza los alimentos con fibra y proteínas

Tienes mucho entre lo que elegir: hortalizas, legumbres, huevos, pescado o carne. Son alimentos más costosos de digerir, por lo que mantendrán a nuestro aparato digestivo ocupado unas cuantas horas antes de que nos vuelva a pedir comida.