Enrique tiene visita con su hijo en el pediatra para una revisión rutinaria. Pero el niño está cansado y tiene sueño –a estas horas suele hacer su siesta– y no se quita el pulgar de la boca.
Enrique se pone algo nervioso porque no sabe si debe permitir que su hijo de dos años chupe su pulgar sin parar. En casa ya solo lo hace antes de irse a dormir o en momentos puntuales cuando está muy cansado.
En la misma sala están sentadas una niña y su abuela, que no duda un instante en explicar a Enrique la malformación de paladar que tiene su nieta de siete años porque hasta hace poco más de uno se chupaba los dedos con insistencia. Y ella nunca sabía si reñirla o consolarla.
Una boca en desarrollo
Son muchos los niños pequeños que están chupándose el dedo durante todo el día. Algunos lo alternan con el chupete y otros lo sustituyen por este.
Lo ideal para el desarrollo óptimo de toda la zona orofacial –que luego será imprescindible para la evolución del habla, la configuración de los rasgos de su cara y su salud bucal– es que el niño abandone tanto el hábito del chupete como el de succionarse el dedo de forma intensiva a los dos años aproximadamente.
¿Por qué los odontopediatras y los logopedas fijamos esta frontera tan clara? Porque es en esta edad cuando se producen los cambios más significativos en la implantación de los dientes, y que el pequeño vaya con un elemento extraño en la boca no los favorece en absoluto.
En cuanto a la evolución del lenguaje, estamos ante una época en la que se produce un crecimiento vertiginoso del vocabulario: entre los 18 meses y los dos años pasa de conocer unas 50 palabras a poder usar casi 300.
Cualquier obstáculo en esa adquisición puede crearle dificultades a la hora de formar frases y expresiones con las que construir el discurso para comunicarse.
Lo ideal es que abandonen el chupete o el hábito de chuparse el dedo de forma intensiva a los dos años
También hay que tener en cuenta que si ya se ha incorporado a la escuela, este hábito puede ocasionarle dificultades de relación con sus compañeros y profesores.
Por un lado, pueden verlo como si fuera más pequeño; por otro, se estará privando de participar en numerosos intercambios comunicativos cruciales a esta edad para poder ir incorporando el lenguaje y todos los conocimientos que se adquieren en las primeras edades.
Un niño que se chupa el dedo en el patio o en el parque, cuando intenta relajarse mirando la televisión o cuando se enfada debe ser atendido.
Nos está expresando una necesidad que, además, de no ser escuchada puede generar muchas dificultades a una boquita en formación.
El niño está expresando una necesidad que, de no ser escuchada, puede generar dificultades
Así, es fundamental estar alerta no solo respecto a la correcta incorporación de los alimentos (es importante que los niños aprendan a masticar y que su dieta deje de ser blanda progresivamente), sino también ante otros factores que puedan entorpecer el desarrollo correcto del paladar y los dientes.
Problemas funcionales
En algunos casos, el propio organismo se encargará de disminuir o corregir los defectos y dificultades producidos por el hábito nocivo; en otros, la posición de los dientes, la forma del paladar o la respiración quedarán afectados.
Si el uso ha sido un abuso, lo que ocurrirá es que cuando el niño empiece a articular sus primeras palabras, estas no encontrarán las condiciones físicas necesarias para producirse adecuadamente.
Y la mayoría de adultos, actuando injustamente, diremos: “No se le entiende nada”. Si el paladar está alterado por la presión constante del dedo, no tendrá la forma adecuada para que la punta de la lengua se sitúe correctamente y los sonidos emerjan tal y como deberían.
Intervenir en positivo
Es esencial que los adultos identifiquemos los momentos en los que nuestro hijo acostumbra a chuparse más el dedo.
Sabiéndolo, nos resultará mucho más fácil intervenir procurando atender sus necesidades de bienestar y consuelo.
En lugar de usar reprimendas que solo van a socavar su autoestima y que, por descontado, no van a resolver la dificultad. Es muy importante recordar que no debemos nunca ridiculizar ni poner en evidencia a nuestro hijo, ni por este ni por ningún otro motivo.
Nunca deberemos ridiculizar ni poner en evidencia a nuestro hijo
En definitiva, lo fundamental es saber que nuestro hijo, que aún no tiene un lenguaje desarrollado ni sabe reconocer muchas de sus emociones,nos quiere comunicar algo con este hábito: cansancio, frustración, aburrimiento, necesidad de afecto o consuelo...
Solo nuestro cariño y comprensión, unidos a la atención de sus necesidades no satisfechas, pueden ir ayudándole a dejar ese hábito a la vez que le ayudará a encontrar palabras con las que expresarse sin necesidad de recurrir al gesto. Un gesto que puede llegar a perjudicar su salud si sigue produciéndose a pesar del paso del tiempo.
Cómo influye la edad
Es evidente que no es lo mismo chuparse el dedo a los seis meses que a los seis años.
- Con la succión, el bebé no solo busca alimentarse sino que está experimentando las sensaciones placenteras de cercanía a la madre, así como el estímulo en los labios, la lengua y toda la mucosa bucal.
- El niño de más de un año hace uso del dedo o de algún otro objeto (la oreja del osito, una punta de su manta preferida, la cabeza de uno de los muñecos que cuelgan de su silla de paseo...) porque busca recuperar las añoradas sensaciones placenteras de contacto con la madre. En este sentido, si ella está cerca, el niño tendrá menos necesidad de buscar consuelo mediante la succión de objetos o su dedo.
- A los dos años sería ideal que el niño fuera abandonando el hábito, tanto si se trata del chupete como de la succión del dedo.
- Como máximo debería dejarlo por completo entre los cuatro y los cinco años.
Actuar en dos tiempos
1. Identificar el momento
- Lo primero que podemos hacer los adultos cercanos al niño (padres, abuelos, maestros, canguros...) es observar cuáles son los momentos en los que se produce la succión del dedo.
- Tanto si se trata de un niño de dos años como si es uno de cuatro, hay que estar muy atentos a esos momentos, y compartir las dudas con las personas que pasan más horas con él.
- Es frecuente que el niño se chupe más el dedo a la hora de ir a dormir. Es entonces cuando necesita más que los padres muestren cariño, cercanía...
2. Darle atención
Acciones como permanecer a su lado dándole la mano, abrazarlo, acariciarlo, hablarle suavemente, explicarle un cuento o cantarle una nana pueden ser el bálsamo que necesita para desviar su atención del hábito.
Un niño no puede expresarse como un adulto: ante la imposibilidad de decirnos verbalmente qué le ocurre y cómo se siente, interpretémoslo como que necesita de nuestra presencia y cuidados.
La actitud de los padres
Primero, no angustiarle
Una preocupación frecuente de los padres es saber cuál es la mejor manera de actuar en esta situación. Dudan entre la reprimenda o la permisividad.
Si nuestro hijo de cuatro o cinco años continúa teniendo este hábito, lo primero que tenemos que hacer es no transmitirle nuestra preocupación por este hecho.
Ante este hecho, los padres dudan entre la reprimenda o la permisividad
Por tanto, no le demos una importancia excesiva. Esto no significa que no tengamos que intervenir, sino que debemos actuar pensando que al niño no le favorece nuestra ansiedad.
Comprensión y cariño
Aunque sea importante abandonar este hábito a una edad adecuada, nuestro hijo no debe percibir rechazo o disgusto sino comprensión y cariño.
Neceista ayuda para ir creciendo y apoyo para poder sustituir la succión por presencia y consuelo.
Nuestras convicciones
Cada niño necesita un tiempo diferente para lograrlo, tiempo que los padres deben considerar y respetar.
Tal vez el hijo de una amiga lo consiguió en un mes o con una reprimenda. Pero eso no significa que nosotros tengamos que estar dispuestos a seguir un procedimiento tan drástico y doloroso para nuestro hijo.
Reconocer su estado de ánimo
Un niño puede chuparse el dedo por varios motivos: hambre, cansancio, frustración, agitación o nerviosismo, estrés, carencias afectivas...
Es importante que los padres estemos atentos a estas circunstancias.
Si actuamos en cuanto las detectamos, no solo estaremos dando a nuestro hijo lo que necesita, sino que, además, podremos conseguir que este hábito no se “instale”.