No es extraño que, ante intervenciones quirúrgicas muy concretas, de gran calibre, la presencia de una infección más o menos llamativa haga retrasar el acto quirúrgico.
La razón es que puede ser que complique la propia intervención o, incluso, la posibilidad de que el tratamiento utilizado para afrontarla pudiera interferir en los anestésicos u otra medicación que se vaya a utilizar en la cirugía.
Algunos antibióticos son especialmente conocidos por su capacidad para afectar al metabolismo hepático de múltiples medicamentos. Pero lo más habitual –y presumo que ocurra en tu caso–, es que los cirujanos se encuentren con cuadros víricos banales que no suponen un aumento serio del riesgo quirúrgico ni lo suficientemente alto como para posponer la intervención.
De todos modos, lo mejor es que lo hables con el cirujano.