Mario Alonso Puig sobre los miedos: "Hay factores que ayudan a no verlo (casi) todo como una amenaza"

Hay miedos reales y otros que, a pesar de estar generados por la mente, nos mantienen en un continuo estado de alerta. Es imposible, hoy en día, anular la sobreexcitación del cerebro que es la antesala del miedo. Pero sí podemos reducirla muchísimo.

Dr  Mario Alonso Puig
Dr. Mario Alonso Puig

Médico, conferenciante y escritor

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Todos y cada uno de nosotros estamos programados para experimentar aquellas emociones que, de alguna manera, nos darán mayores opciones de supervivencia. Una de ellas es el miedo. Sí, el miedo es en realidad un mecanismo para proteger la vida. Lo que ocurre es que a veces nuestra mente genera miedos que no corresponden a un peligro real.

La mente tiene esa capacidad de generar evidencias que, siendo única y exclusivamente mentales, vivimos como si fueran reales. Si no sabemos gestionar esos “otros miedos” generados mentalmente (al rechazo de los demás, a estar solo o sola, a fracasar, a no poder cumplir una meta marcada, a no vivir con calidad de vida…), podemos encontrarnos con todo tipo de problemas y limitaciones en nuestro día a día.

El estrés genera más miedos

Hoy en día vivimos –lamentablemente de forma masiva– con un estrés mantenido, también denominado distrés. Esa tensión continua hace que la amígdala esté permanentemente activada. Y, con ella, el hipotálamo, el sistema nervioso simpático que es el que nos hace estar en alerta (ver recuadro inferior).

Para gestionarlos, necesitamos reducir esa sobreexcitación. Anularla no es posible por la cantidad de estímulos a los que estamos expuestos, pero sí podemos relajar nuestro sistema nervioso simpático y lograr que esos miedos no se eternicen y estén continuamente presentes dirigiendo nuestra vida y nuestro comportamiento.

El cerebro ante una amenaza

Si percibes que algo te amenaza, tu tálamo cerebral envía en milésimas de segundo información a otras dos zonas: a la amígdala, que –a través del hipotálamo– te hará correr para ponerte a salvo (o agacharte, o responder con un grito…), y a la corteza prefrontal.

La corteza analiza si es o no una amenaza real. Pero es más lenta en interpretar los datos. Por eso, primero actuarás según ordene la amígdala; y solo cuando te llegue la evaluación de la corteza prefrontal te darás cuenta de que quizá no había por qué sentir miedo.

El estilo de vida puede reducir los miedos

Existen diferentes factores que nos ayudan a no verlo (casi) todo como una amenaza. 

A nivel espiritual

1. Tener un propósito de vida

Desde una perspectiva amplia de la espiritualidad (cada uno puede entenderla de una manera), es fundamental sentir que nuestra vida tiene un sentido. Porque lo contrario, no tener un “para qué”, hará que simplemente veamos la vida pasar, sin llegar a vivirla plenamente y, la mayoría de las veces, sintiéndonos temerosos ante infinidad de situaciones.

A nivel mental

2. No volvernos recelosos

No hay que dejarse arrastrar por la preocupación, que es la proyección en el futuro de un posible desastre o un posible problema. No ha sucedido, y es muy probable que nunca suceda; sin embargo, la mente ya ha comenzado a generarnos ansiedad y angustia.

A nivel físico

3. Alimentación

Comer mal o de manera desordenada favorece la inflamación cerebral y ese es precisamente el origen de muchas ansiedades y depresiones. Por lo tanto, conviene seguir una alimentación lo más natural y variada posible.

Además eso logrará también que tengamos una microbiota equilibrada. Esas bacterias intestinales son nuestro segundo cerebro (el llamado cerebroentérico), que es en parte responsable de que tengamos o no suficiente serotonina, una de las hormonas de la tranquilidad.

4. Ejercicio

Tan importante como la alimentación es moverse. Porque el sedentarismo es otro factor inflamatorio. El movimiento y el ejercicio, en cambio, ponen en marcha mecanismos compensatorios que nos llevan a ver las cosas desde otras perspectivas, además de que modifican el riego sanguíneo y pueden rebajar el flujo de sangre que “alimenta” la amígdala, la zona cerebral del miedo.

5. Descanso

Y, finalmente, dormir bien. Cuando nuestro descanso es muy corto o poco profundo, esa misma área –la amígdala– se sobreactiva, pudiendo notar que somos menos capaces de afrontar situaciones cotidianas.

Los traumas del pasado

A todo eso hay que añadir los traumas del pasado. Todos arrastramos –seamos conscientes de ello o no– algún microtrauma (hay incluso quienes han pasado por tragos muy amargos durante la infancia). Nuestra mente es especialista en guardar experiencias que no fueron agradables para, si se repiten, reaccionar mejor y que no duelan tanto.

Imaginemos esta situación: viajamos a un país extranjero y tenemos una vivencia muy desagradable. Lo lógico es que, cuando volvamos a esa zona, vayamos en alerta y vivamos ese viaje como un desafío.

  • Cuando ocurra, pregúntate cuál es la causa última de tus miedos. Es importante ponerle nombre (o cara si se trata de una persona) a la verdadera razón. Porque solo de ese modo podremos atajarlos.
  • Huye de las etiquetas. La inclinación a pensar que reviviremos una situación pasada difícil forma parte de nuestra naturaleza. Pero no por arrastrar algún que otro miedo debemos ponernos la etiqueta de miedosos. En lugar de eso, hay que hablarse bien a uno mismo y hacerse la siguiente reflexión: “Tuve y tengo miedo a ciertas cosas que me pasaron y me han hecho sensible, pero puedo superar esos temores”.
  • Aprende a quererte... Incluso cuando notes miedo. Sobre todo entonces Es verdad que querernos a nosotros mismos es una asignatura pendiente. Pero yo digo que, como toda asignatura, se puede suspender… y también se puede aprobar. Intentémoslo.