Los seres humanos necesitamos amor. Es el motor de los motores de nuestra existencia y, aunque cobija en su seno muchos significados, en todos ellos late la misma idea: hay una tendencia e inclinación hacia alguien –o algo– que se descubre como valioso, que nos hace buscar su cercanía y su bien.
Amar es sentir afecto por alguien hasta el punto de procurar estar siempre cerca de él o de ella; de alegrarse de sus éxitos y avances más de lo que celebramos los nuestros propios; de sentir que la vida sin esa persona no sería plena y –sobre todo en las primeras etapas, las del enamoramiento– pensar incluso que la vida no se entiende sin esa compañía.
El amor mueve montañas. Los pensadores griegos ya decían en su tiempo que el amor es el primer movimiento de la voluntad. Es algo que identifico, que identificamos, como valioso y me inclino hacia él. Sin ninguna duda, enamorarse es uno de los acontecimientos emocionales más importantes que nos ocurren. Y muchas veces ese enamoramiento implica que esa otra persona te ayuda a crecer como ser humano; que saca lo mejor de ti mismo y te ayuda a cerrar las heridas del pasado que pueden seguir más o menos abiertas. Y todo eso es absolutamente maravilloso y terapéutico… Siempre y cuando no nos anule como individuos.
Ponerle nombre a una relación insana
La dependencia emocional se ha convertido ya en un gran tema de interés social porque, dependiendo de con qué intensidad se viva, puede tener diferentes implicaciones. No solo en la esfera de los sentimientos y de la conducta, sino también de la salud física. Sí, una dependencia excesiva puede enfermarnos.
- Una relación hiperdependiente puede implicar baja autoestima, una búsqueda continua de aceptación y de atención; miedo a la soledad; apego a la seguridad; ansiedad por separación, idealización de la pareja y abandono de los planes propios.
- Idealizar el amor es una gran trampa en la que hoy en día se cae con mucha frecuencia. Y es que uno de los secretos para sentirse una persona más feliz radica en tener expectativas moderadas, realistas, también en el terreno afectivo. El amor de pareja no puede ser exaltado como algo extraordinario y maravilloso sin más, hay que hacer un análisis más profundo. Puede ser maravilloso, por supuesto, pero como consecuencia de una tarea esforzada de mejora personal, mediante la cual se pule y corrigen defectos, fallos, errores y matices negativos de la conducta que afectan al otro. Yo siempre digo que es fácil enamorarse… y difícil mantenerse enamorado.
La pareja es un proyecto compartido
No debemos hacer de la otra persona un absoluto. Es lógico que durante los primeros momentos del enamoramiento veamos a la otra persona perfecta y que brille de una forma especial en nuestro panorama personal. Pero será el trato continuo –y la convivencia diaria– lo que aporte la verdadera realidad de cada uno, sin trampa ni cartón.
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Para que el amor no tenga fecha de caducidad hay que mantener la admiración hacia la otra persona y la complicidad. Pero en las dos direcciones y conociendo (reconociendo) los detalles de su personalidad y de su comportamiento que quizá no compartimos y que, no por eso, son fallos. Forma parte de su esencia. Tener todo eso claro es la única manera de entender el vínculo como un proyecto compartido.
La idealización nos hará abandonar los intereses propios en favor de los de la otra persona. Pero esa pérdida de identidad también nos hará, a medio plazo, menos interesante a sus ojos. Porque habremos dejado de aportarle aquello que quizá le atrajo de nosotros. Es muy cierto aquello de que, cuando el amor llega puede ser ciego, pero cuando se va es muy lúcido.
Claves de la madurez afectiva
Hoy en día vivimos una época de neorromanticismo, o lo que es lo mismo, una exaltación del mundo afectivo y una disminución del mundo racional. Eso puede dar lugar a que vayan apareciendo relaciones excesivamente dependientes. Una pareja debe amarse de forma que ambas partes vean mejorada su vida. Es necesario mantener un crecimiento equilibrado de ambos.
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Si eso no ocurre, se va produciendo un desarrollo desigual que, a medio y largo plazo, va a ocasionar un distanciamiento progresivo que conduzca a ser personas que vivan en dos mundos distintos, en los que cada vez hay menos cosas en común.
Para evitarlo, conviene trabajar en la madurez afectiva. Si somos capaces de desarrollarla y mantenerla, seguramente no solo viviremos una relación más sana sino que, de paso, estaremos aprendiendo a gestionar nuestras emociones, a comprender a nuestra pareja y a actuar con ella siempre con empatía, poniéndonos en su lugar para ver las cosas bajo su prisma. Los siguientes puntos pueden servir para mejorar esa madurez:
- Alcanzar un buen nivel de autoestima. Consiste en una valoración positiva de uno mismo y plena confianza en lo que se piensa, se hace y se dice. Si la autoestima se tambalea, las relaciones de pareja no tienden a ser saludables y hay mayor riesgo de que incluso se forjen esos lazos desequilibrados entre las partes.
- Lograr un mejor autocontrol. Para gestionar mínimamente lo que nos rodea, primero debemos autogobernarnos personalmente. Y, si uno reconoce que no es así, hay que armar un plan para poco a poco ir abandonando la impulsividad. Una vez que hemos conseguido reflexionar sobre el entorno, cómo nos influye y cómo queremos responder o actuar ante él, habremos optimizado nuestras posibilidades personales y amorosas.
- Saber que ese compromiso tiene un haber y un deber. Salvando las lógicas distancias, una unión sentimental es una microempresa que puede rendirnos y obtener beneficios, pero en la que también hay que invertir (tiempo, dedicación, esfuerzo, interés…).
- No pasar del individualismo atroz a la dependencia absoluta. Hoy en día vemos muchos esos dos extremos y ninguno ayuda a tener relaciones saludables y duraderas. Quizá muchas de las personas que caen en esa dependencia han vivido antes relaciones donde ha primado de forma clara el individualismo.
- Pensar que el amor es solo un sentimiento es un gran error. Es algo propio de amores inmaduros e inconsistentes. Si se tiene esa concepción limitada del amor, conviene modificar el enfoque para contemplarlo como una decisión, una elección que se toma conscientemente. El siguiente paso es adoptar la determinación de cuidarlo porque si no se hace, no permanecerá.
Es básico iniciar ese camino hacia la madurez afectiva. De lo contrario, alguno de los miembros de la pareja estará condenado a la tiranía de los caprichos del otro. Y ninguno de los dos será feliz.
¿Y si esconde miedo a estar solo o sola?
Las dependencias emocionales muy marcadas y permanentes suelen esconder algo. Unas veces será una baja autoestima, pero también puede denotar miedo a estar solo… o a encontrarse con uno mismo.
En esos casos, la mirada se pone en el pasado o en el futuro. Esa imposibilidad de estar con uno mismo es, en realidad, una imposibilidad para vivir el presente. La mente vaga continuamente entre los recuerdos dolorosos del pasado y la incertidumbre del futuro. Disfrutar de la música, leer un libro o hablarse en voz alta frente a un espejo son buenas actividades para enfocarse en el presente y disfrutarlo en solitario.
Un sencillo ejercicio para valorar la relación
Este práctico ejercicio puede ayudar a saber si uno se está entregando de forma desmedida:
- Anota en una hoja de papel quién eras tú antes de comenzar la relación y en una columna al lado quién eres ahora (cómo te ves tú, no cómo te ven los demás).
- Apunta también en qué has mejorado y en qué crees que has crecido como persona y como integrante de una pareja.
- Escribe si has ampliado tus horizontes personales y también si tu círculo social es ahora más grande o, por el contrario, has ido abandonando el contacto con las amistades que traías de origen. En definitiva, anota lo bueno que te ha aportado la relación y también lo que quizá has perdido por el camino.
Hacer balance de todo ello te dará una valiosa información y datos objetivos para saber si tu relación te suma o te resta y te coarta. Si ocurre esto último, será el momento de sentarse, de hablarlo y de generar un verdadero proyecto común y un programa de vida compartido donde los intereses de los dos estén presentes. Porque amar es proyectarse en la misma dirección.