Daniel Kahneman, psicólogo y Premio Nobel: "En realidad, hacemos lo que hacemos en gran medida por razones que no necesariamente conocemos del todo”

La mayor parte de nuestras elecciones cotidianas no provienen de una reflexión profunda, sino de automatismos mentales que, aunque puedan parecer lógicos, a menudo no lo son.

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Héctor Farrés

Redactor especializado en salud y bienestar

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Daniel Kahneman

Daniel Kahneman 

Captura de El Cazador de Cerebros de TVE

A veces, lo primero que se nos cruza por la cabeza es también lo que acaba mandando. Sin levantar sospechas, ese impulso fugaz que parece trivial se convierte en la brújula que guía todo lo demás.

Lo curioso es que, aunque parezca una decisión meditada, no lo es. Y esto no es una teoría cualquiera: lo demostró Daniel Kahneman, psicólogo y premio Nobel de Economía, que dedicó décadas a estudiar cómo pensamos sin darnos cuenta. Su trabajo cambió por completo la forma en que se entienden las decisiones humanas, desde lo cotidiano hasta lo político y económico.

Kahneman, autor de Pensar rápido, pensar despacio (Ed. Debate), no solo explicó por qué las personas toman atajos mentales, sino que reveló cómo estos procesos afectan directamente a la vida diaria. Desde elegir mal en una compra hasta meter la pata en una inversión, todo puede tener detrás un sistema de pensamiento automático. Comprender esto no es solo interesante; es útil, práctico y, en muchos casos, preventivo. Porque pensar rápido no siempre significa pensar bien, y distinguir cuándo frenar puede marcar la diferencia.

Dos cerebros en uno, aunque solo veamos uno

El psicólogo, fallecido en 2024, lo explicó con claridad matemática en una entrevista con Inc. Magazine: hay dos formas de pensar que se activan como si tuvieras dos modos de conducción mental.

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El pensamiento rápido es adictivo, ya que no requiere un esfuerzo por analizar.

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El primero, rápido y automático, se enciende sin esfuerzo. El segundo, mucho más lento y exigente, solo entra en juego cuando las cosas se complican de verdad. Tal y como explicó en su intervención, "el sistema uno es, esencialmente, lo que surge automáticamente en tu memoria", mientras que "el sistema dos, el pensamiento más lento, se distingue realmente por el hecho de que requiere esfuerzo y es deliberado".

Es una manera bastante precisa de explicar cómo se toman las decisiones sin que nadie se dé cuenta. El sistema uno lleva la voz cantante la mayoría del tiempo y el sistema dos solo se molesta en salir a relucir si algo no encaja o huele raro. Pero cuando lo hace, marca la diferencia. Cuesta más, sí, pero sirve para cosas importantes como calcular, planificar o detectar errores.

Cuando manda el piloto automático

La gracia está en que, aunque se crea que todo está meditado, no lo está. Kahneman lo dejó claro cuando explicó que "el sistema uno hace la mayor parte del trabajo mental, ocurre automáticamente", y añadió: "La mayoría sentimos que tenemos una razón para lo que hacemos. Pero, en realidad, hacemos lo que hacemos en gran medida por razones que no necesariamente conocemos del todo". Es decir, que la mayoría de las veces el razonamiento llega tarde. Primero se actúa, luego se inventa la excusa.

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Pensar rápido puede llevar a tomar malas decisiones.

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Y no se trata de una trampa puntual. Es lo más habitual. El día a día funciona así: se elige comida, se evita hablar con alguien, se toma una ruta distinta... todo porque algo dentro ya ha decidido.

El problema viene cuando esa rapidez, que suele servir bien para lo básico, se aplica a decisiones que sí merecen un segundo pensamiento. Ahí es donde empieza a fallar el sistema uno. Y no porque sea malo, sino porque no está hecho para eso.

Pensar mal y quedarse tan ancho

Las ilusiones cognitivas funcionan como trucos mentales que no se apagan ni siquiera cuando se reconoce que son falsos. Kahneman lo explica al señalar que estas distorsiones "nunca son del todo claras", una definición que resume bien su persistencia incluso frente a la evidencia.

En uno de sus análisis más gráficos, advierte que "cometes un error, alguien te dice que es un error, tu versión más sensata te dice que es un error, pero sigue pareciendo correcto", dejando claro que el pensamiento automático no desaparece por mucho que se intente corregirlo.

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El pensamiento lento puede dar más de una alegría, ya que hay una meditación antes de tomar una decisión.

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Un ejemplo citado por el experto es el de Bernie Madoff, que siguió inspirando confianza incluso cuando ya había señales más que claras de que algo iba mal. Algunas personas seguían convencidas de que era un hombre honrado, incluso después de las advertencias de que en realidad era un estafador.

Este tipo de errores no se dan porque las personas sean ingenuas, sino porque el sistema uno se siente tan cómodo en su inercia que no quiere bajarse del burro. Y el sistema dos, si no se le obliga, ni se molesta en discutir.

La trampa de la comodidad

Esa sensación de que todo va bien, de que no hace falta cuestionar nada, tiene nombre: comodidad cognitiva. Es justo lo que hace que el pensamiento rápido resulte tan pegajoso. Kahneman advierte que, en ese estado, "vas a ser más impulsivo, vas a ser más emocional, vas a ser más optimista, y, en general, vas a seguir tus primeras impresiones y tus primeras intuiciones", lo que deja claro hasta qué punto el sistema uno se apoya en atajos que no siempre funcionan.

Esto se nota en decisiones serias, como evitar una revisión médica por pura corazonada o gastar sin pensar en consecuencias. Todo parte de esa falsa seguridad que genera lo automático. Pero también hay una salida: Kahneman recuerda que "si te frenaras un poco, podrías evitar algunos errores". El experto invita a activar el pensamiento lento cuando la situación lo exige, aunque cueste más esfuerzo.

Cuando la intuición no falla

Ahora bien, tampoco se trata de demonizar el pensamiento rápido. Kahneman insistió en que la intuición funciona, pero solo bajo ciertas condiciones. Si alguien ha pasado miles de horas resolviendo el mismo tipo de problema, su intuición puede ser tan buena como cualquier razonamiento lógico.

Kahneman lo deja claro al explicar que la intuición puede ser eficaz, pero solo en entornos muy estructurados y conocidos. Por ejemplo,  cuando se trata de alguien con experiencia consolidada. Sin embargo, advierte que no siempre se puede confiar en esa rapidez mental, ya que "el mundo no es como el tablero de ajedrez. A veces, el sistema dos, frenarse, tiene ventajas".

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Pensar las cosas despacio puede reducir el margen de error.

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Es decir, que no todo es cuestión de pensar despacio. La clave está en saber cuándo hacerlo. Si el entorno es predecible y se domina bien, el sistema uno puede ser un gran aliado. Pero en situaciones nuevas, ambiguas o cargadas de emoción, más vale hacer una pausa. Porque ahí, solo el pensamiento deliberado ayuda a ver con claridad lo que, a primera vista, parece evidente pero no lo es.

Apretar el freno, aunque cueste

Activar el pensamiento lento no es lo más cómodo, pero sí lo más sensato cuando hay algo importante en juego. No hace falta ser un filósofo griego para conseguirlo: basta con parar, respirar, anotar lo que se sabe y lo que no, o hacerse preguntas incómodas. A veces, el simple hecho de posponer una decisión unas horas ya es suficiente para que el sistema dos despierte y ponga orden.

Pensar despacio no es garantía de acierto, pero sí es una forma de reducir errores tontos. Y al final, se trata de eso. De dar un poco más de espacio a la duda y un poco menos a la prisa. Porque en muchos casos, los errores no vienen por falta de inteligencia, sino por exceso de confianza en lo primero que se piensa.