Por qué cuanto más intentas tenerlo todo bajo control generas más caos: la neurociencia lo explica

El deseo de tener las cosas bajo control es una característica común de la mayoría de personas. No es malo y puede ser beneficioso en su justa medida. Pero hemos de saber poner esos límites o el efecto será una situación cada vez más caótica. La neurociencia explica por qué se produce.

Pablo Cubí
Pablo Cubí del Amo

Periodista

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Según los psiquiatras y psicólogos, el deseo de controlar nuestro entorno es algo comprensible ante la incertidumbre y el miedo. Es sentir que tenemos el mando sobre nuestras vidas. Esto se asocia con una mejor salud mental y un mejor bienestar.

Como pasa con todo, ese deseo de control va a ser positivo siempre que nosotros seamos flexibles y adaptativos a las circunstancias. Hemos de entender que no todo se puede tener controlado. La vida también es caos y situaciones inesperadas. De alguna manera, forma parte de su encanto.

mujer cansada

Cuando queremos tener todo controlado es más fácil que experimentemos descontrol en nuestra vida.

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Es un poco aburrido si todo está organizado y asegurado. Sin embargo, no todas las personas lo viven de la misma manera. Hay quienes disfrutan de la emoción de lo inesperado (de nuevo, dentro de unos límites) y quienes se agobian si no planifican y controlan su entorno.

Estas últimas personas pueden pasarlo especialmente mal. La neurociencia les aconseja que se relajen; si no, les va a ir peor. Veamos por qué.

Intentar controlar todo lleva al descontrol

El que más intenta controlar, ve que más descontrol experimenta en su vida. Lo ha explicado muy bien la psiquiatra Rosa Molino en sus redes sociales. Esta doctora apunta que hay cuatro motivos que lo explican:

1. Aumenta el estrés

 “La necesidad de control constante agota y bloquea la capacidad de respuesta”, apunta la doctora. Paradójicamente, mientras más te esfuerzas por que todo esté ‘perfecto’, menos capacidad tienes para responder con efectividad cuando algo importante sale mal de verdad.

2. Se pierde flexibilidad 

La rigidez de pensamiento hace que te cueste adaptarte cuando las cosas cambian (y siempre cambian).

3. Genera rechazo en otros

“El controlador excesivo daña relaciones y provoca resistencia o sabotaje en su entorno”, dice la psiquiatra Molino. Lleva a una tensión con los otros que puede alimentar aún más el caos.

4. El efecto bola de nieve

Se agravan los errores al no aceptar fallos pequeños, se reaccionan de forma desmedida y todo empeora. “Esa reacción puede escalar el problema, amplificando el descontrol”, resume.

Quiénes suelen ser más controladores

El resumen que nos ha de quedar claro es que “no se puede controlar todo, hay demasiadas variables externas”, dice la doctora Molino. Eso que para muchos puede ser una obviedad, no lo es para todas estas personas que necesitan ese orden y se aferran a él.

En casos extremos, hablamos de una enfermedad mental. Hay ciertos trastornos que presentan comportamientos de control excesivo. Por ejemplo, el trastorno de personalidad obsesivo-compulsivo o algunos trastornos de ansiedad.

Otros casos paradigmáticos suelen ser las personas que están en el espectro autista. Aunque también hay personas neurotípicas (no autistas) obsesionados con el control. Son personas que perciben el mundo como amenaza o caos excesivo.

A veces un recuerdo traumático o una educación sesgada pueden estar detrás de este tipo de comportamiento. Es una forma de evitar dolor emocional.

Cuatro consejos 

La psiquiatra Moreno ha mostrado que esta necesidad de control total lo que puede suponer es más caos. Además, aporta cuatro consejos que pueden ayudar a cambiar:

  1. Confiar y delegar en otros.
  2. Trabajar la adaptación al cambio. Intentar sentir seguridad en lugar de buscar control.
  3. Establecer prioridades: no todo merece el mismo nivel de atención o control.
  4. Practicar la calma y la presencia. Técnicas de relajación, como el yoga, o de concentración, como el mindfulness pueden ayudar a aceptar la incertidumbre.

Cómo puedes ser más resiliente

Fortalecer la capacidad de adaptarse a los cambios que pueden surgir y las adversidades es primordial. Es lo que se conoce como resiliencia. Si mejoras tu resiliencia no te importará tanto el cambio y no tendrás tanta obsesión en el control.

Es más fácil decirlo que hacerlo. En la capacidad de resiliencia intervienen tanto factores neurobiológicos como genéticos. Hay estudios que han demostrado que las estructuras mentales que controlan el estrés y la adaptabilidad son aprendidas y también heredadas.

Factores psicológicos como la autoestima, el optimismo y el control emocional intervienen en esta capacidad. Y también factores ambientales, como que tengamos una buena red familiar y social que pueden sujetarnos en momento de incertidumbre.

Todo contribuye al fortalecimiento de la resiliencia. Puede ser necesario que acudas a un psicólogo o psiquiatra si crees que la situación te supera y no puedes gestionar por ti mismo estos impulsos controladores.