Da igual cuánto se entrene alguien para decidir mejor o cuánto se empeñe en ir contra la corriente: todo el mundo está atado a hilos invisibles que le mueven mucho antes de que crea estar eligiendo. Cada gesto, cada impulso, cada reacción, cada error viene cocinándose desde hace siglos en una olla que ni se ve ni se huele.
Creer que las decisiones salen de la nada, como si fueran ideas nuevas recién horneadas, es pasar por alto todo lo que las empuja por detrás. Hay una maraña de causas que se cruzan sin que nadie las vea, y son ellas las que mueven los hilos. No hay ningún misterio: lo que pasa, pasa porque no podía ser de otra forma.
El neurocientífico Robert Sapolsky no tiene dudas: nadie es monstruo ni santo. Solo hay historias enredadas, algunas más torcidas que otras, pero todas igual de inevitables. En su libro Compórtate: La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos (Ed. Capitán Swing), deja claro que "no se puede entender un comportamiento sin saber qué ocurrió un segundo antes, un minuto antes, una hora antes, un día antes, un año antes y siglos antes".
La vida entera, con sus golpes y sus azares, se apila como una montaña de piezas que empujan la siguiente jugada. Así que plantea que no hay decisiones limpias, hay cadenas interminables que nos arrastran a hacer lo que hacemos.
El libre albedrío como espejismo
Pensar que se elige libremente es un consuelo que funciona hasta que uno se pone a rascar un poco. Sapolsky en Decidido: Una ciencia de la vida sin libre albedrío (Ed. Capitán Swing) dispara a quemarropa: "Somos nada más ni nada menos que la suerte biológica y ambiental acumulada, sobre la cual no tuvimos control, que nos ha llevado a cualquier momento".
Según el planteamiento del experto, cada acción que se hace, desde la más absurda como ponerse un modelo u otro de zapatillas hasta la más importante como podría ser ampliar la familia, está marcada a fuego por todo aquello que uno nunca pudo gestionar. De esta manera, el libre albedrío no sería más que un espejismo reconfortante.
Si sales a hacer deporte, no es porque lo hayas decidido realmente.
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La evolución tampoco se ha quedado de brazos cruzados. Ha moldeado impulsos rápidos, eficaces para la supervivencia, pero no siempre cómodos para la moral. Sapolsky advierte que "cuando haces una decisión moral en dilemas de 'nosotros' contra 'ellos', mantén la intuición lo más lejos posible; en su lugar, piensa, razona y cuestiona". Se trata de un consejo extraído de las tripas de Compórtate. Dejarse llevar, en muchos casos, solo hincha la distancia y levanta muros donde debería haber puentes.
La biología manda más de lo que parece
No todo es culpa de las emociones del momento. Hay algo más profundo, más terco, que se cuela en cada rincón de la conducta. "Nada de lo que hacemos está fuera del contexto de nuestra biología", sentencia Sapolsky en Decidido.
Genes, hormonas, sustancias químicas que se disparan sin previo aviso: todo se entrelaza en una coreografía de la que nadie ni siquiera es consciente y que, sin embargo, marca el por venir en cada momento.
Hay muchos factores que intervienen a la hora de tomar una decisión.
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Pero no se trata de señalar a un solo culpable. Como explica el propio Sapolsky, "es imposible concluir que un comportamiento es causado por un gen, una hormona o un trauma infantil", porque "en el momento en que invocas un tipo de explicación, de facto estás invocándolos todos".
Por lo tanto, según esta visión, el comportamiento humano es como una telaraña gigantesca donde cada hilo estira a su manera. Querer entender una acción sin mirar todo el conjunto es como pretender observar todo un bosque mirando solo una hoja.
El contexto decide, no las intenciones
Uno puede sentirse muy en control de su vida hasta que se detiene a pensar en todo lo que le ha empujado hasta allí. "Estamos siendo constantemente moldeados por estímulos aparentemente irrelevantes, información subliminal y fuerzas internas de las que no sabemos nada", apunta Sapolsky en Compórtate. Un olor, una frase suelta, un recuerdo enterrado: cualquiera de esos detalles puede cambiar una decisión sin que la conciencia llegue ni a enterarse.
Además, el propio contexto biológico cambia en función del entorno. Sapolsky recuerda que "el contexto determina qué genes se activan y desactivan, por lo que entender un gen solo es útil si entiendes en qué contexto ocurre".
No hay fórmulas universales, no hay reglas inmutables. Todo comportamiento es, al final, una conversación continua entre lo que somos y lo que nos rodea. Cambia el decorado, cambia la obra.
Mejor no decidir con el estómago vacío
Sapolsky tiene un método bastante práctico para evitar decisiones desastrosas: HALT Silly. Las siglas en inglés significan Hungry, Angry, Lonely, Tired, Stressed. O sea, hambriento, enfadado, solo, cansado o estresado. Si cumples una de esas condiciones, no decidas nada importante. Porque lo más probable es que lo hagas mal.
Tomar decisiones estando cansado es una muy mala idea.
Y no lo dice solo como consejo de vida. Está basado en cómo funciona el cerebro bajo esas circunstancias. Cuando hay hambre o fatiga, el control inhibitorio baja, las emociones suben, y la lógica desaparece.
Tomar una decisión en ese estado es como pilotar con los ojos cerrados. Sapolsky insiste en que muchas malas decisiones morales nacen de ahí. No de la maldad, sino de un cuerpo agotado, activado o saturado que no puede pensar con claridad.
De "ellos" a "nosotros": una mirada más amplia
Para Sapolsky, uno de los grandes retos es romper la barrera que separa el "nosotros" del "ellos". En Compórtate, sugiere estrategias muy prácticas: ver a las personas del otro grupo como individuos, encontrar puntos en común, trabajar codo con codo en proyectos que requieran cooperación. El sesgo no desaparece de golpe, pero se afloja cuando se hace el esfuerzo consciente de mirar diferente.
La polarización actual no es casualidad. Es el resultado de mecanismos evolutivos que, en su día, ayudaron a sobrevivir, pero que ahora provocan divisiones absurdas. En tiempos donde todo parece girar alrededor de bandos, entender que detrás de cada persona hay una cadena de causas igual de inevitable que la propia puede abrir un resquicio para la empatía.
No se trata de justificarlo todo, sino de comprender que, si se estira el hilo suficiente, nadie queda fuera de esta maraña.
ESTAMOS ATRAPADOS POR CADENAS MUY PESADAS
Robert Sapolsky no habla de buenos y malos. Lo que muestra es que detrás de cada acción hay una historia larga, llena de cosas que no se pueden elegir. Entender esto no significa quitarle peso a lo que se hace, pero sí verlo con más perspectiva. No todo empieza desde cero cada mañana: hay un montón de factores invisibles empujando desde muy atrás.
Saber que no hay monstruos ni santos permite mirar las acciones de los demás —y también las propias— de una forma más realista. No se trata de justificarlo todo, sino de tomar conciencia de que cada persona es esclava de sus circunstancias y que saberlo cambia la forma de verlo todo.