Una madre que duerme tranquila porque su hija ha vuelto tarde, pero le ha escrito para avisar de que todo iba bien. Un grupo de amigos que no necesita revisar el móvil cada cinco minutos. Un compañero que admite que se ha equivocado y propone cómo arreglarlo. El impacto de estos gestos positivos y honestos no se ve a simple vista, pero el cuerpo lo nota. Se duerme mejor y se vive sin esa tensión que se vuelve agotadora. En definitiva, hay más sensación de paz y felicidad.
Los entornos donde confiamos funcionan como una especie de armadura. No nos quitan problemas, pero rebajan la ansiedad. Ayudan a procesar las malas noticias sin que salten las alarmas. Tal y como expone el catedrático en psicología Dan Ariely en La espiral de la razón (Ed. Ariel), “la confianza nos protege incluso cuando las cosas van mal”. No hace falta estar siempre de acuerdo con alguien para sentirse seguro a su lado, basta con no dudar de sus intenciones.
Ganar confianza ES cuestión de actuar bien
Hay un camarero que no recomienda lo más caro, sino lo que está mejor. Cuando sugiere el pollo en vez del pescado, aunque sea más barato, deja clara una cosa: prefiere que el cliente cene bien antes que engrosar la cuenta.
Ariely utiliza este ejemplo en La espiral de la razón para ilustrar que “ese camarero se ha mostrado dispuesto a sacrificar algo bueno para él en beneficio de los comensales”. Esa renuncia, aunque es pequeña, genera confianza.
Este tipo de gestos se llaman señales costosas. Lo son porque implican perder algo a cambio de ganar fiabilidad. Si eliges decirle a un amigo algo que puede molestarlo, aunque eso complique la conversación, estás mostrando que te importa su bienestar más que tu comodidad. En una relación de pareja ocurre lo mismo. Quien se disculpa antes de que se lo pidan está priorizando el vínculo frente al orgullo personal.
Cuando ayudar parece egoísta
El problema viene cuando esas señales positivas no se entienden como tal. A veces alguien da un consejo útil, pero lo hace justo después de contar su experiencia y queda la sospecha de que busca reconocimiento. O recomienda algo que también le beneficia y genera desconfianza. En esos casos, la buena intención puede perderse por completo.
Hay situaciones en los que una ayuda genuina se confunde con interés.
Según Ariely, lo que marca la diferencia para mal es si parece que ganamos más que la otra persona. Cuando eso ocurre, la ayuda se interpreta como un movimiento estratégico.
Para evitar malentendidos, según el experto, conviene dar un paso atrás antes de actuar. A veces basta con ofrecer una alternativa en lugar de insistir. O con explicar por qué se sugiere algo y dejar que el otro decida sin presión alguna.
Gente que demuestra lo que siente
Lo que realmente importa es lo que alguien está dispuesto a arriesgar o a ceder por el otro. Decir una verdad incómoda vale más que un cumplido. Reconocer un error evita que la otra persona se sienta engañada. Ceder en una discusión, sin necesidad de tener la última palabra, reduce tensiones y muestra respeto.
En el día a día, estos detalles importan más de lo que parece porque se demuestra que se puede contar con el otro sin miedo a ser juzgado o traicionado. Por ejemplo, un padre que reconoce que no tiene razón da ejemplo de honestidad a sus hijos o una amiga que cambia un plan porque sabe que el otro está mal, demuestra que le importa.
Son señales claras de que alguien está dispuesto a actuar en función del otro, y no solo de sí mismo. Esa es la base de la confianza: percibir que no se está solo, que alguien más cuida de nuestro bienestar incluso cuando no se le exige.
La salud también depende de confiar
Una relación de confianza puede aliviar síntomas como si fuera un tratamiento emocional. No sustituye una terapia profesional, pero actúa como un refuerzo.
Por ejemplo, reduce el miedo a equivocarse, mejora la autoestima y permite expresar lo que se siente sin temor a ser juzgado. Todo esto tiene un impacto directo en el cuerpo. Se duerme más profundamente, disminuyen las respuestas de alerta y se gana en estabilidad emocional.
Ariely apunta que “la confianza nos permite relajarnos incluso en contextos difíciles”. Esa tranquilidad es una necesidad en la sociedad actual. Cuando se vive en alerta constante por culpa del cortisol, el organismo se agota. Por eso, rodearse de personas en las que se confía no solo reconforta: también protege. Hace que la vida sea un poco más llevadera, incluso en los momentos complicados.
Ganarse la confianza cuando no la tienes
No todo el mundo parte con ventaja. A veces hay que empezar desde cero, sobre todo cuando se ha fallado antes. En esos casos, la única forma de avanzar es a través de hechos.
Ariely señala que “para generar confianza, primero tenemos que demostrar a los demás de manera tangible que nos preocupamos por ellos más que por nosotros mismos”. Esa demostración no tiene que ser espectacular, pero sí coherente.
Pequeñas renuncias voluntarias pueden tener mucho peso. Dejar pasar una oportunidad si implica dañar a alguien. Informar con transparencia aunque suponga perder influencia. Ser predecible en lo que se hace y lo que se dice. No basta con ser amable ni con mostrarse disponible: lo que genera confianza es la coherencia entre lo que se promete y lo que se entrega.
Las amistades saludables nos ayudan a vivir más plenos y felices.
RBA
Esa forma de actuar no es tan común como sería deseable, y los datos lo reflejan. Aun así, en España, la confianza en los círculos cercanos es alta. Según el Observatorio BBVA, la puntuación media es de 8,8 en la familia y 8,3 en amistades. Pero cuando se pregunta por la gente del propio país y que es totalmente desconocida, esa cifra baja a 5,7. A nivel general, la confianza interpersonal se sitúa en un 5,3 sobre 10.
En Estados Unidos, los datos de Pew Research reflejan una caída: solo un 30 % cree que se puede confiar en los demás, frente a casi un 50 % en los años 70.
Un sacrificio personal con grandes resultados
Las relaciones que de verdad funcionan se construyen con hechos, no con frases bonitas ni promesas vacías. Lo que las hace funcionar son gestos concretos, pequeños detalles que no buscan llamar la atención, pero que lo dicen todo. Un cambio de plan, una disculpa a tiempo, una verdad incómoda que se prefiere contar antes que esconder.
Ahí es donde empieza la confianza, cuando alguien demuestra que está dispuesto a ceder un poco por el bien del otro, sin esperar nada a cambio ni utilizarlo como moneda de cambio. Son esas decisiones cotidianas las que, con el tiempo, edifican algo que merece la pena.