Una taquicardia no siempre avisa de un infarto. Un nudo en el estómago no implica peligro. Y un pensamiento que insiste en que todo irá mal no tiene por qué acertar. A veces, el cuerpo se dispara sin motivo claro y el cerebro, en lugar de investigar, inventa: se lo toma como una señal fiable y lanza predicciones equivocadas. Eso que sientes, tan intenso y absorbente, puede ser solo una falsa alarma. No estás descifrando la realidad: la estás fabricando.
El problema no es que las emociones mientan, sino que el cerebro las toma demasiado en serio. Si interpreta una sensación física como angustia, se anticipa al desastre. Y ahí empieza el bucle. Como explica Anil Seth, uno de los neurocientíficos más reconocidos y autor de La creación del yo (Ed. Sexto piso), lo que "experimentamos proviene tanto del interior hacia afuera como del exterior hacia adentro".
Eso significa que lo que sentimos no viene solo de lo que pasa fuera, sino también de lo que ocurre dentro del cuerpo. Y lo que hay fuera se interpreta a través de lo que sentimos por dentro. Es decir: no reaccionamos al mundo tal cual es, sino a lo que creemos que está pasando. Seth lo ha bautizado como alucinación controlada. Y eso depende, en gran parte, de lo que sentimos.
Todo parece tan real… hasta que dejas de creerlo
Se debe tener en cuenta que el enfado no siempre surge por una causa externa. Ni la tristeza requiere un motivo claro. Y también el miedo puede aparecer en una habitación vacía. Básicamente, lo que el cerebro siente, lo convierte en una historia real. Lo empaqueta en una narrativa que suena convincente: “Estoy nervioso porque algo va a salir mal”. Pero ese tipo de frases, repetidas en bucle, no tienen por qué ser ciertas.
Para Seth, esa construcción del yo también forma parte del engaño: “El yo es otra percepción, otra alucinación controlada, aunque de un tipo muy especial”. No se refiere a que no existas, sino a que la sensación de ser tú mismo también es una construcción: una predicción que el cerebro fabrica a partir de lo que percibes, lo que sientes y lo que recuerdas. Igual que interpreta un color o un sonido, interpreta quién eres. Y esa idea también puede ajustarse.
Regular la respiración o relajar los músculos no sirve para fingir calma, sino para darle al cerebro nueva información.
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Creemos que nos conocemos, pero muchas veces lo que pensamos de nosotros es solo otra predicción. “Soy ansioso”, “no valgo”, “siempre fallo”... etiquetas que nacen de la repetición más que de la verdad. Son relatos internos que funcionan como atajos. Nos ahorran esfuerzo, pero nos atan. Y si se aceptan sin revisar, se convierten en profecías autoimpuestas. Cuestionarlas es el primer paso para recuperar margen de maniobra.
Como apunta el neurocientífico, cuando "puedes predecir, puedes regular, y eso es lo que los cerebros están intentando hacer todo el tiempo”. Y ahí se entiende por qué insiste en que “las experiencias emocionales son predicciones que permiten al cerebro mantener el cuerpo en equilibrio”.
Respirar para cambiar lo que sientes
No se trata de ignorar las emociones, sino de recalibrarlas. El cuerpo lanza señales —respiración entrecortada, músculos tensos, sudor frío— y el cerebro las interpreta a su manera. Modificar esas señales modifica la respuesta. Respirar despacio, por ejemplo, puede darle al cerebro otra lectura: “Todo va bien”. No hace falta entender cada mecanismo. Basta con saber que, si el cuerpo se regula, la emoción también.
Seth explica que entender las alucinaciones controladas de este modo permite ver que las predicciones que hace el cerebro desde dentro hacia fuera no solo modifican lo que percibimos, sino que directamente constituyen esa percepción. No vemos el mundo tal y como es, sino como el cerebro cree que es. Si la predicción falla, también lo hace la experiencia. Pero cuando se reajusta, cambia lo que sentimos.
Una aceleración en el pecho o una sensación incómoda pueden bastar para que el cerebro active una alerta.
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Según él, las emociones son predicciones sobre el estado del cuerpo que ayudan a mantenernos con vida. Por eso insiste en que el cerebro interpreta lo que ocurre tanto en el cuerpo como en el entorno, y esas interpretaciones son precisamente lo que sentimos como emociones.
Nada de esto es definitivo
Lo que sentimos no es fijo. Lo que creemos de nosotros, tampoco. El cerebro hace lo que sabe: predecir. Y esas predicciones se ajustan cuando llega nueva información. La ansiedad baja cuando se enfrenta, poco a poco, a lo que teme. No hace falta forzarse. Basta con acercarse. Como dice Seth, “si la alucinación es una especie de percepción descontrolada, entonces la percepción es una especie de alucinación controlada”. Ese control no es total, pero sí entrenable.
El truco está en entender que la amenaza no siempre es real. Que hay miedo sin peligro. Que el malestar emocional no indica que algo esté roto. Es solo el cerebro haciendo su trabajo. De ahí que, según Seth, “lo que experimentamos es el resultado de predicciones del cerebro, no simplemente respuestas a estímulos externos”. Incluso la percepción del cuerpo sigue ese patrón: “No siento mi bazo, ni siquiera sé si tengo uno; solo creo lo que dicen los libros”.
Lo ilustra con un ejemplo sencillo: si sacas un folio blanco al exterior, seguirá viéndose blanco aunque la luz haya cambiado. Eso demuestra que el cerebro no se limita a registrar lo que ve, sino que ajusta la percepción según el contexto. No interpreta los colores solo por la luz que reciben, sino por lo que espera que deberían parecer en ese entorno. En resumen: no vemos con los ojos, vemos con el cerebro. Y el cerebro se basa en suposiciones, no en certezas.
Las etiquetas también son una predicción
Decir “soy así” a menudo no significa otra cosa que “mi cerebro ha repetido esta idea muchas veces”. Las creencias sobre uno mismo no son verdades fijas, sino suposiciones que también se pueden revisar. La identidad no es algo que se descubre, sino algo que se construye. Seth, al hilo de esto, asegura que la conciencia es cualquier experiencia, ya sea una emoción, una imagen o una intención. Todo lo que sentimos —desde la envidia hasta la euforia— forma parte de esa construcción.
Frases como “soy inseguro” o “no valgo” suelen ser predicciones repetidas más que verdades estables.
Como dice Seth, la percepción "es la mejor suposición del cerebro sobre lo que está ocurriendo ahí fuera en el mundo”. Si el cuerpo se calma, cambia la suposición. Si el lenguaje interior se suaviza, también lo hace la narrativa. Y si todo deja de girar en bucle sobre lo peor, el yo empieza a parecerse menos a una condena. De ahí su afirmación de que “lo que vivimos es la interpretación del cerebro sobre señales que, en realidad, nunca podremos conocer de forma directa”.
No eres tu ansiedad, eres quien la está escuchando
Lo que plantea Seth cambia por completo la forma en que entendemos el malestar emocional: no es un fallo, sino el sistema haciendo lo que sabe hacer. Si crees que algo va mal dentro de ti, puede que solo estés interpretando una predicción mal ajustada. “La realidad es una alucinación controlada”, dice. Y cuando comprendes eso, no necesitas controlarlo todo, solo darte cuenta de lo que está ocurriendo.
Así que la próxima vez que sientas que algo va mal, que todo se acelera, que el nudo sube al pecho, recuerda que tu cerebro está haciendo lo que sabe hacer: protegerte, aunque a veces se pase de precavido. Puedes escucharlo sin obedecerle. Puedes observar lo que sientes sin convertirlo en tu identidad. Y sobre todo, puedes permitirte dudar de tus propias conclusiones sin que eso te quite fuerza. Al contrario, es ahí donde empieza el cambio.