¿Sabías que, cada vez que hablas mal de alguien, tu cerebro inconscientemente adopta esos rasgos que criticas como si fueran tuyos? Esa es una de las asombrosas deducciones a las que ha llegado la neurociencia después de analizar cómo cambia nuestra forma de pensar a partir de lo que decimos y oímos.
“La ciencia ha podido demostrar que nos acabamos convirtiendo en aquello que juzgamos”, explica la doctora en Neurociencia y Farmacología Emily McDonald, de la Universidad de California.
Es un curioso mecanismo mental que nos puede perjudicar. Sin embargo, también podemos darle la vuelta y utilizarlo a nuestro favor. La neurociencia aconseja cómo actuar para hacer que tus palabras y tu actitud beneficien también a tu salud mental.
Cuando criticamos la actitud de otros, nuestro oyente transfiere esa crítica también a nosotros.
iStock
Somos lo que decimos y criticamos
La doctora McDonald es una gran divulgadora sobre bienestar y neurociencia. Tiene millones de seguidores en redes sociales. Precisamente uno de los vídeos que se han viralizado más es en el que explica este efecto. Se llama “transferencia espontánea de un rasgo”.
“Cada vez que hablas de alguien bien o mal, tu cerebro te etiqueta con esos mismos rasgos”, asegura la investigadora. Así que cuando dices que una persona es muy falsa, tu cerebro te etiqueta a ti también como persona falsa.
No es un rasgo negativo de por sí. La transferencia puede ser positiva. “Si hablas de alguien y dices que es una persona que motiva o incentiva, tú también coges esa energía”, dice McDonald.
Por qué pasa este proceso
Todo esto pasa porque nuestro cerebro absorbe los rasgos o características en los que nos estamos enfocando. Y no es un cuento. Hay un importante estudio científico estadounidense, que data de 1998, que ya revelaba esta transferencia. Las personas acabamos asumiendo las cualidades que describimos en otros.
¿Por qué ocurre? Eso es algo más complicado de resumir. No hay una justificación lógica. Es automático y no intencional. El efecto persiste aunque seas consciente de que no quieres que pase. Es una transferencia espontánea de rasgos.
Lo más asombroso no es solo que de alguna manera te sientas así, lo que a fin de cuentas puedes acabar revirtiendo. Puedes autoconvencerte y darte razones de que en verdad no eres así (no siempre funciona pero puedes intentarlo).
Lo que es importante es que las personas que te escuchan van a sentir la misma transferencia contigo. Es decir, “las amistades a las que les cotilleas, inconscientemente, van a atribuirte a ti los mismos malos hábitos de los que estás hablando”, advierte la neurocientífica.
El riesgo que supone cotillear
Un cotilleo no es malo. Cotillear forma parte de nuestra cultura. Somos seres sociales. Nos gusta hablar los unos de los otros. Si es una conversación sencilla, sin verdadera maldad, como quien cuenta un cuento, el cotilleo no supone ningún problema psicológico.
Hemos de ser conscientes de que no siempre es así. A veces se nos hace partícipe de una información con el fin deliberado de dañar a otros. Podemos ser nosotros mismos los que iniciemos esa crítica. Pues, después de lo que hemos aprendido, has de saber que ese tipo de comentarios, sí pueden ser dañinos para ti.
“Así que cuando hables mal de alguien, no estás solo moldeando tu propia identidad -avisa la doctora McDonald-. Estás enseñando a otros a que te vean a ti también de la misma manera”.
Hay un dicho popular inglés según el cual, cuando señalas a alguien con el dedo, hay tres dedos señalándote a ti. Refleja muy bien esa espiral negativa que se puede iniciar con un cotilleo malintencionado. Ya ves que la ciencia ha mostrado que este dicho tiene una evidencia científica detrás.
Cómo utilizar la transferencia espontánea a nuestro favor
“Tus palabras no solo sirven para describir tu mundo, hacen que tu cerebro se reconfigure y te ayudan a crear tu identidad”, apunta esta investigadora. Juzgar a los otros no es inocuo.
No es lo mismo el juicio que la curiosidad. Es una importante diferencia. No es lo mismo que te intereses por los demás y que expliques cosas de los demás a que lo hagas aportando un juicio de valor.
Hemos de procurar mirar sin juzgar. Ponerlos en la piel de los otros e intentar comprender que hay otras formas de ser y de comportarse que pueden ser igual de lícitas. También nos sentiremos mejor si sabemos perdonar.
“Todo en la vida es un espejo. La manera como ves es el mundo es como te ves a ti mismo”, añade McDonald. “La manera como trates a los otros es como te tratas a ti mismo”.
Hay una frase que resume bien todo esto y que dice: si quieres una vida agradecida, deberías agradecer todo lo que tienes a tu alrededor.