Un trozo de carne recién comprado entra en la nevera como si el tiempo no contara. Pasa un día, luego otro, y ahí sigue, en su bandeja, entre yogures y una lechuga medio mustia. Todo parece estar en orden hasta que, al tercer día, surge la duda.
¿Sigue siendo seguro comerlo al no estar tan fresco? ¿O ya empieza a ser una ruleta microbiológica? Es una de esas cuestiones que nadie plantea en voz alta, pero que todos se hacen en casa, frente a la puerta abierta del frigorífico y sin respuesta clara a mano.
Lo habitual es que un filete, si está crudo y bien conservado, aguante en la nevera entre dos y cinco días. La diferencia depende de varios factores, como el tipo de corte, el nivel de frescura al momento de la compra y la temperatura del frigorífico.
Aunque parezca una franja amplia, el margen se reduce cuando no se siguen ciertas precauciones básicas. Todo cuenta: desde el envoltorio hasta el orden en el que se guardan los alimentos.
Una carne no es cualquier carne, y cada una tiene sus tiempos
La carne picada y la casquería solo aguantan un día. A partir de ahí, deben cocinarse o congelarse. Esto se debe a que tienen una mayor superficie expuesta y una estructura más sensible al crecimiento bacteriano, lo que acelera su deterioro. La recomendación es consumirlas en menos de 24 horas o guardarlas en el congelador nada más llegar a casa, especialmente en verano.
El cerdo fresco puede conservarse en la nevera hasta un día completo siempre que esté entre cero y cuatro grados. A diferencia de la carne picada, la pieza entera tiene menor riesgo de contaminación inmediata, aunque sigue siendo recomendable cocinarla cuanto antes. Si se va a preparar al día siguiente, conviene guardarla en la parte más fría del frigorífico, donde no se interrumpa la cadena de frío.
Una carne con mal color o textura pegajosa no siempre está podrida, pero si desprende un olor ácido o intenso conviene tirarla, según la OCU.
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La ternera y el cordero resisten un poco más. AESAN aconseja consumirlos en uno o dos días, ya que su textura más densa y su composición permiten una conservación ligeramente mayor. Eso sí, si ya están cortados o troceados, conviene mantenerlos bien envueltos para evitar la oxidación. En estos casos, meterlos en un recipiente cerrado ayuda a retrasar el cambio de color y de olor.
El vacuno mayor puede aguantar hasta tres días. Su carne tiene una maduración más lenta y menor humedad superficial, lo que retrasa la aparición de bacterias. En este caso, conviene no abrir el envase hasta justo antes de cocinarlo y asegurarse de que la temperatura del frigorífico no sube por encima de los cuatro grados. Un ejemplo claro sería una pieza de entrecot bien sellada que se consuma pasadas 48 horas desde su compra.
Las fechas en los envases ayudan, pero no son una garantía absoluta
Cuando la carne está envasada, se suele confiar en la fecha de caducidad. Sin embargo, esa fecha solo se mantiene válida si el envase permanece cerrado. En cuanto se abre, las condiciones cambian. Luis Chimeno explica a El País que “una vez que es abierto, todo su entorno microbiológico cambia”. Esto quiere decir que el conteo de días debe empezar de nuevo desde ese momento.
El error más común es dejar la carne abierta durante varios días creyendo que sigue siendo segura mientras no haya mal olor o aspecto raro. El problema es que hay bacterias que no generan olor ni alteran el color a simple vista, como la Listeria o la Salmonella. Esto provoca que muchos alimentos se consuman cuando ya están contaminados, aunque visualmente parezcan correctos.
Un caso frecuente es abrir un paquete de carne, dejarlo un par de días en la parte superior del frigorífico y, al tercer día, seguir confiando en su aspecto. Sin una referencia real, se vuelve a calentar o se cocina como si nada, sin saber que puede causar una intoxicación.
El invento de Oscillum actúa como un semáforo biotecnológico
Para resolver esta falta de certezas, el grupo de jóvenes inventores de Oscillum desarrolló una etiqueta biodegradable que avisa del estado de la carne con un cambio de color. Pilar Granado señala al mismo medio que “la tecnología que hemos diseñado utiliza indicadores inteligentes dentro de la etiqueta”. Esos indicadores reaccionan ante la presencia de bacterias que liberan compuestos químicos a medida que se multiplican.
Al detectar esas moléculas, la etiqueta pasa del blanco al negro de forma gradual. Esta transición funciona como una señal visual clara para consumidores y comerciantes. Detecta bacterias como la E. coli, la Listeria o la Salmonella, que suelen desarrollarse en carnes, pescados o platos preparados una vez abiertos.
Este invento permite aplicar un criterio más fiable y adaptado a cada alimento en tiempo real. Por ejemplo, si alguien abre una bandeja de filetes el lunes y no la consume hasta el jueves, podrá saber si todavía es seguro hacerlo sin depender solo del olor o de la memoria.
Congelar también es una opción, pero no vale con meterlo sin más
Cuando hay dudas sobre si se va a cocinar pronto o no, la congelación sigue siendo una herramienta útil. Sirve para conservar la carne en buen estado durante semanas y evitar el desperdicio. Su utilidad está en detener el crecimiento bacteriano y mantener las propiedades del alimento si se hace bien.
Un filete crudo dura entre dos y cinco días en la nevera si se mantiene frío y bien envuelto.
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Para que funcione, debe hacerse en cuanto se llega a casa o en cuanto se sepa que no se va a cocinar de inmediato. El mecanismo es sencillo. Al congelar por debajo de los -18 grados, las bacterias quedan inactivas.
Pero si se congela una carne que ya ha estado varios días abierta, el riesgo no desaparece del todo. Conviene, por tanto, hacerlo cuando aún está fresca. Un ejemplo útil sería dividir una bandeja de filetes en porciones individuales y congelarlas el mismo día de la compra.
Tirar comida también tiene consecuencias que van más allá del frigorífico
Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, se desperdician más de 1.000 millones de platos al día. Esto representa una quinta parte de los alimentos disponibles y tiene impacto directo en las emisiones globales. Luis Chimeno afirma que la etiqueta española "resuelve un problema enorme con poca inversión” en regiones donde el control de seguridad alimentaria aún es limitado.
El desperdicio no solo afecta al bolsillo, sino también a la salud. La OMS calcula que cada año, alrededor 600 millones de personas enferman por consumir alimentos contaminados.
En este contexto, saber cuándo un filete ya no es seguro deja de ser una simple duda doméstica. Es parte de una decisión responsable. Mejor información, mejor elección. A veces, una etiqueta puede ser suficiente para evitar sustos estomacales.