Los abuelos son los transmisores de nuestra historia familiar, y también del valioso legado del pasado. Y sin embargo no les prestamos demasiada atención.
A menudo relegamos su papel en la crianza de nuestros hijos a la mera función de canguros, cuando podría ser mucho más enriquecedor; a su lado, los más pequeños pueden hallar un cómplice con quien aprender grandes lecciones sobre la vida.
Una influencia intergeneracional
Los abuelos influyen en nuestras vidas de forma más profunda de lo que pensamos. Muchas veces de forma directa, porque tenemos la oportunidad –y habitualmente la suerte– de conocerlos.
Nos cuidan y nos cuentan cuentos en la infancia, nos hablan “de sus tiempos”, muchas veces interceden por nosotros ante nuestros padres o nos aconsejan en las turbulencias de la adolescencia y la juventud. Pero, aunque no lleguemos a conocerlos, su influencia también se transmite a través de las generaciones.
El carácter, la profesión, las creencias y los valores de nuestros padres dependen en buena medida de la forma en que sus propios padres les criaron.
Hay familias con fuertes convicciones políticas o religiosas, o sin ninguna convicción. Hay familias cariñosas y familias iracundas.
El carácter, las creencias y los valores de nuestros padres dependen de la forma en que sus padres les criaron
Hay familias con cuatro generaciones de médicos o de músicos, y hay familias con cincuenta generaciones de labradores; y cuando, de pronto, surge la sorpresa, un piloto de avión o una cantante de ópera, ¿fue porque sus padres le animaron, le pagaron los estudios... o todo lo contrario, porque se rebeló contra la educación y los valores recibidos?
Habitualmente construimos nuestra vida en el surco que dejaron nuestros mayores. Otras veces dedicamos nuestra vida a intentar salir de ese surco, lo que también es una forma de influencia.
Abuelos: una función especial en la crianza
Pero más allá de este legado ancestral que recae sobre toda la familia, la influencia de los abuelos puede sentirse en la vida cotidiana, y especialmente en el rol que desempeñan en la crianza de los nietos.
No tienen la presión de ser quienes educan a los niños, así que pueden concentrarse en quererles
Los abuelos tienen fama de ser más “blandos” que los padres. Tienen más tiempo para dedicar a sus nietos, y la vida les ha enseñado a valorar el contacto humano por encima de otras cosas.
No les afecta, como a muchos padres –sobre todo primerizos– la presión de sentirse responsables de la educación de sus nietos, así que pueden concentrarse en quererles.
Además, han podido comprobar con sus propios ojos que los niños crecen y que las cosas no son tan terribles como algunos las pintan: el bebé que iba a “querer ir en brazos toda la vida”, el niño “que sólo come lo que le da la gana”, la niña “que es lista pero no se esfuerza”, el adolescente huraño... son ahora padres o madres trabajadores y responsables.
¡Cuántas ocasiones perdidas por aquel absurdo miedo a malcriar! Pero con los nietos no nos va a pasar.
Transformarse con la edad
Algunos abuelos varones atraviesan una transformación aún más espectacular, pues se educaron en una cultura en que los hombres no se ocupaban de los bebés. Superando tímidamente viejos y arraigados prejuicios, disfrutan con sus nietos de un contacto que les estuvo vetado con sus hijos.
En este proceso de transformación de los abuelos, se produce a veces un extraño conflicto: los padres todavía intentan criar a sus hijos como les criaron a ellos –¡es tan difícil hacerlo de otra forma!
Muchos abuelos varones disfrutan con sus nietos de un contacto que les estuvo vetado con sus hijos
Sería casi como decirles a nuestros propios padres: “Lo habéis hecho mal, yo lo haré mejor”– cuando los propios abuelos ya han desechado sus antiguos métodos.
Algunos padres se quejan de que los abuelos malcrían a los nietos: “¡Claro, todo el rato en brazos y haciéndole fiestas, y ahora la señorita no se quiere quedar en la cuna!”. Y, a veces, es posible distinguir una pizca de celos en esas quejas: “¡Fíjate, cada día le dan chocolate para merendar! Pues a mí me decían que el chocolate es malo para el hígado...”.
Según ciertas teorías, esa “blandura” de los abuelos debería llevar a los nietos a “portarse mal” y a faltarles al respeto. En realidad, suele ser al contrario: los niños pequeños reservan para sus padres las peores rabietas –probablemente porque les tienen más confianza– y, muchas veces, tratan a sus abuelos con gran deferencia.
Muchas veces se crea cierta complicidad y los niños y adolescentes confían a los abuelos secretos que ocultan a sus padres.
Testigos de la historia, arquitectos del futuro
Durante meses o años, “abuela” no es más que el nombre de una persona a la que conocemos. De pronto comprendemos, con incredulidad y asombro, que esa persona es “la mamá de mi mamá”.
Entra por primera vez en nuestra mente la idea de que nuestros padres también fueron niños, y de que nosotros también nos haremos mayores. “Cuéntame cuando papá era pequeño” se convierte, entonces, en una de nuestras preguntas favoritas, para alegría de nuestros abuelos y confusión de nuestros padres.
Los pueblos que no conocen la escritura conceden un gran valor a la tradición oral. Escuchan las historias que cuentan sus abuelos con gran atención, para poder repetirlas a sus nietos palabra por palabra, o eso creen, porque las historias están vivas y van cambiando con el tiempo.
Nuestra sociedad no necesita memorizar batallitas, para eso tenemos los libros... pero, claro, los libros no los escriben nuestros abuelos. Los libros tratan de otros temas, y las tradiciones de nuestras familias se van perdiendo irremisiblemente.
Nietos y abuelos, mucho por aprender en común
Escucha a tus abuelos. No solo oirás cosas interesantes, sino que les harás inmensamente felices. Pregúntales por su infancia, por su trabajo, por sus propios padres, por los recuerdos que aún conserven de sus propios abuelos.
Si tus abuelos ya no viven, pregunta a tus padres: “¿A qué cole fuiste, a qué jugabas con tus amigas, qué libros leías? ¿Cómo te educaban tus padres? ¿En qué se entretenía la gente cuando no había televisión, cómo lavaban la ropa sin lavadora, dónde guardaban la comida sin nevera? ¿Qué canciones cantaba la gente, qué películas hacían en el cine, cómo celebrabais la Navidad?”.
Escucha a tus abuelos. No solo oirás cosas interesantes, sino que les harás muy felices
Y después, ¿por qué no te animas a ponerlo por escrito? No seas tímido. No se trata de publicar un libro; solo de tener un cuaderno, o unos archivos en el ordenador, algo que a su vez puedas dejar a tus hijos y a tus nietos, que les sirva de ancla ante los embates del tiempo.
Porque la pura verdad es que la mayoría de nosotros pasamos por el planeta como realquilados, sin saber de dónde venimos. Algunas personas tendrían dificultades para recordar el nombre de sus cuatro abuelos, y casi nadie sería capaz de dar el nombre de sus ocho bisabuelos.
Un puente entre generaciones
Nadie mejor que tú para facilitar el contacto entre tus padres y tus hijos. Los abuelos son algo más que canguros baratos y de confianza; es hermoso poder hacer algo juntos, las tres generaciones, y no limitarse a pasarse a los niños de unos a otros.
No hay que olvidar que los abuelos son, a menudo, los primeros adultos con los que se relaciona un niño, después de sus propios padres. Con los abuelos conocemos por vez primera otras maneras de pensar y de vivir, y aprendemos a tolerarlas y apreciarlas.
En muchas ocasiones, los abuelos también representan el primer contacto de un niño con la enfermedad, la locura o la muerte. Los niños pequeños nos sorprenden muchas veces por su comprensión. Pueden escuchar los desvaríos de la demencia sin asustarse, mostrando compasión ante el sufrimiento.
Y, tristemente, otra de las grandes lecciones que pueden aprender los niños de los abuelos es la de la soledad. No sería justo hablar de los abuelos sin mencionar este asunto. Algunos, desde luego, prefieren vivir solos; se encuentran más tranquilos. Pero a otros les gustaría vivir con sus hijos y sus nietos, en una casa viva, con gritos y juegos y niños que hacen los deberes.
Los abuelos también representan el primer contacto de un niño con la enfermedad, la locura o la muerte
Hace unos años, la BBC hizo un curioso experimento: invitar a equipos de las televisiones de distintos países del tercer mundo, con todos los gastos pagados, para que hicieran reportajes sobre Inglaterra desde su propio punto de vista.
Tal vez esperaban muestras de admiración y asombro ante sus poderosas industrias, sus avanzados hospitales o las ventajas de la democracia; pero no siempre fue así.
Los periodistas de un país africano decidieron hacer su reportaje sobre la soledad, el abandono y el olvido en que vivían muchos ancianos; un fenómeno que les resultaba tan novedoso como tristemente sorprendente.
La voz de los ausentes
Seguimos viviendo en la memoria de quienes nos conocieron y amaron. Vivimos, en cierto modo, mientras alguien nos recuerde.
Tú puedes dar a tus padres y abuelos una nueva vida. Incluso los niños que no tuvieron la oportunidad de conocer a sus abuelos en persona pueden conocerlos en la historia y mantenerlos vivos en el recuerdo.
Son muchas más de mil y una las noches que los padres tenemos para contar maravillosas historias a nuestros hijos. Si algunos de esos cuentos, en vez de empezar con “Érase una vez...” comienzan con “Cuando yo era pequeño...” o “Antes de que yo naciera, tu abuela Pepa...”, estaremos dando nueva vida a nuestros padres y, a nuestros hijos, un regalo inolvidable.