La música nos acompaña toda la vida y en todas las culturas. Ha evolucionado con nosotros desde hace 200.000 años. “Y aunque cada cultura ha desarrollado su propio lenguaje musical, todos tenemos un circuitería cerebral común”, explica Carlota Pagès Portabella, doctora en neurociencia cognitiva, de la Fundación Pasqual Maragall.
Escuchar música implica una activación cerebral muy amplia. No se limita solo al sistema auditivo, sino que pone en marcha estructuras asociadas al movimiento, la emoción y la memoria.
Eso ha hecho que las posibles aplicaciones de la música como métodos terapéuticos hayan recibido mucha atención. Falta todavía más investigación, pero ya hay algunos resultados prometedores sobre sus efectos en el cerebro.
Tocar música modifica el cerebro
La práctica musical no solo activa el cerebro de forma puntual: también puede producir cambios duraderos en su estructura y funcionamiento.
Cuando una persona toca un instrumento, se refuerzan funciones como la atención, la memoria, la coordinación motora, la creatividad o el control emocional. Esto provoca una reorganización del cerebro, tanto a nivel funcional como estructural, un fenómeno conocido como neuroplasticidad.
Se ha observado, por ejemplo, que los músicos profesionales presentan un mayor grosor en ciertas zonas cerebrales relacionadas con estas funciones. “La actividad cerebral también se vuelve más eficiente, requiriendo así menos recursos”, dice la doctora Pagès
La buena noticia es que este tipo de plasticidad no está reservado a los profesionales: cualquier persona puede beneficiarse, en mayor o menor medida, al practicar música con regularidad.
¿Nos puede hacer más inteligentes?
Esto ha llevado a plantear si la música tiene efectos sobre las capacidades intelectuales. La música puede favorecer el desarrollo mental. Se ha observado que las personas que aprenden música desde edades tempranas presentan mejores habilidades en memoria, lenguaje, razonamiento espacial o atención.
La investigadora Pagès advierte, sin embargo, que es importante no exagerar estos efectos. El llamado “efecto Mozart”, que sostiene que escuchar música clásica mejora la inteligencia, ha sido ampliamente debatido y matizado. Aun así, lo que sí está claro es que el aprendizaje musical puede tener un impacto positivo en el desarrollo del cerebro, especialmente si se practica de forma continuada y desde edades tempranas.
“Cuanto antes se inicia y más dure la práctica, más mejoran las habilidades lingüísticas, el cociente intelectual, las funciones ejecutivas, la atención y la memoria”, señala esta experta.
La música actúa sobre nuestras emociones
La música también tiene un potente efecto sobre las emociones. Todos distinguimos de forma intuitiva si la música es “triste” o “alegre”. Los músicos utilizan recursos para conseguirlo. Pero la música también evoca otras reacciones más complejas, emociones relacionadas con nuestras vivencias personales.
La música es capaz de alegrar, emocionar o motivar. Esto ocurre porque activa el sistema de recompensa del cerebro, liberando dopamina, una sustancia relacionada con el placer. La música también puede calmar al disminuir los niveles de cortisol, la hormona del estrés.
Por este motivo, la música se utiliza en entornos terapéuticos para mejorar el bienestar emocional, reducir la ansiedad o favorecer la relajación. “Actualmente las aplicaciones terapéuticas de la música reciben mucha atención -confirma la doctora Pagès-. Aunque todavía falta investigación, ya hay algunos resultados prometedores”.
Ante estas evidencias se planteó si la música puede ayudar a personas con enfermedades neurológicas como el alzhéimer o el párkinson.
Cómo usar la música en la terapia
Por ejemplo, el efecto calmante de la música tiene beneficios en casos de cáncer, puesto que regula la percepción del dolor, pero también en personas con alzhéimer. La Fundación Pasqual Maragall ofrece una guía sobre los aspectos más relevantes de esta enfermedad.
La música también ayuda a personas que han padecido un ictus o que tienen la enfermedad de Parkinson. “Además de regular el estado de ánimo y la motivación, la música ayuda a la movilidad, a través de pistas rítmicas, y el habla, a través de terapia de entonación vocal”, explica la experta.
Finalmente, hay estudios sobre su potencial para aliviar síntomas depresivos, de insomnio o de ansiedad. En definitiva, “los efectos de la música en el cerebro son indiscutibles”, concluye la investigadora Pagès.