António Damásio (81), neurocientífico: "La mayoría de nuestras decisiones están moldeadas por estados somáticos relacionados con el castigo y la recompensa"

El aprendizaje acumulado se graba también en el cuerpo, que recuerda qué funcionó y qué no, y utiliza esas sensaciones pasadas para evitar errores sin tener que pensarlo todo de nuevo.

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Héctor Farrés

Redactor especializado en salud y bienestar

Actualizado a

António Damásio
Fronteiras do Pensamento Porto Alegre

El cuerpo suele adelantarse al cerebro. Antes de que alguien sea capaz de razonar una decisión, ya ha sudado un poco, ha tragado saliva o se ha removido en la silla sin saber por qué. Hay decisiones que no se entienden del todo, pero se sienten. Es parte del mecanismo que nos protege de repetir errores y nos empuja, casi a ciegas, hacia lo que alguna vez funcionó.

Sin emociones, decidir sería como hojear un menú eterno sin llegar a pedir nada. Se vería todo con claridad, pero no sabríamos elegir. Esa es la idea que desmontó el viejo mito de que la razón funciona mejor sola, sin interferencias del sentir. Porque no solo recordamos los hechos: también queda en el cuerpo cómo nos hicieron sentir. Y ahí es donde entra lo que el neurólogo António Damásio, uno de los mayores expertos de la mente humana, llamó marcador somático, un impulso que no se ve, pero que marca el camino.

Cómo se siente una elección antes de pensarla

En los noventa, Damásio se topó con un caso que no cuadraba: Elliott un paciente que pensaba perfectamente, pero era incapaz de tomar decisiones útiles. Conservaba la lógica intacta, pero se quedaba estancado en dilemas mínimos.

Según Damásio, "la mayoría de nuestras decisiones están moldeadas por estados somáticos relacionados con el castigo y la recompensa", y ese paciente ya no tenía acceso a esas señales. Las emociones, al desaparecer de su ecuación, dejaron a la razón sin guía.

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Las emociones son imprescindibles para que la razón pueda tomar decisiones coherentes.

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Para ponerlo a prueba, ideó un experimento con cartas, el Iowa Gambling Task. Al principio, parecía un simple juego de azar. Pero pronto descubrieron algo llamativo: antes de que los participantes supieran conscientemente qué mazos eran perjudiciales, sus cuerpos ya respondían con sudoración y tensión al acercarse a ellos. Es decir, el cuerpo había aprendido la lección antes que la mente.

Qué pasa cuando el cerebro no siente

Damásio explicó esta desconexión en su libro El error de Descartes, donde detalló el caso de Elliott. Tras una lesión en el lóbulo frontal, el paciente se convirtió en un ejemplo de cómo una mente racional sin emoción no solo no decide mejor, sino que queda bloqueada.

Este hombre perdió trabajos, relaciones y estabilidad porque no podía conectar los hechos con una valoración emocional que le orientara. Su cerebro analizaba, pero no sabía qué preferir. 

De hecho, Damásio afirmó que “las emociones están entrelazadas en las redes neuronales de la razón”. Sin ese lazo, no hay jerarquía entre opciones. Todo parece igual de válido o de disparatado. Y eso desactiva cualquier impulso de avanzar. Las emociones, según él, no son estorbos para el pensamiento, sino la base misma que lo articula y le da sentido.

El rastro emocional que guía cada decisión

Ese marcador somático no es un simple recuerdo: es una especie de atajo emocional hacia lo que conviene evitar o repetir. Si una decisión pasada acabó mal, el cuerpo guarda la sensación. Si salió bien, también lo retiene.

Damásio señalaba que “no somos máquinas pensantes que sienten; más bien, somos máquinas que sienten y que piensan”. Y esa diferencia es crucial para entender por qué muchas veces se actúa por impulso sin que parezca tener sentido.

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Cuando se apagan las emociones, se debilita también el juicio.

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No se trata de superstición ni de intuición vaga. Se trata de una reacción biológica que traduce experiencias en señales físicas: palpitaciones, nervios, alivio. En términos técnicos, se activan regiones como la corteza prefrontal ventromedial y el sistema límbico, donde esas emociones antiguas se almacenan para influir en las decisiones futuras, sin necesidad de repasar cada detalle.

La emoción no interfiere, organiza

Los estudios de Damásio mostraron que quienes tienen dañadas esas áreas del cerebro no solo pierden capacidad emocional, también su juicio se debilita. Una de sus frases más repetidas lo resume: “Las emociones no solo acompañan al pensamiento racional, sino que son fundamentales para él”. No se puede razonar bien si no se siente. Y tampoco se puede elegir sin haber sentido antes.

A veces, una opción simplemente huele mal, aunque no se sepa por qué. Y eso basta para esquivarla. La emoción se adelanta al argumento, lo prepara. En lugar de boicotear la lógica, la moldea. En vez de distraer, orienta. Por eso hay decisiones que parecen irracionales desde fuera pero, al mirar atrás, tenían todo el sentido del mundo.

Recordar con el cuerpo

Lo interesante de todo esto no es solo cómo se toman las decisiones, sino cómo se aprende a tomarlas. Porque esa sabiduría que llega con los años no es más que una red de marcadores que se han ido acumulando. Se podría decir que la experiencia no está hecha solo de recuerdos, sino también de reacciones. Lo que se grabó como bueno o malo en el cuerpo sirve luego para avanzar sin repetir tropiezos.

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Decidir bien no consiste en eliminar las emociones del proceso, sino en aprovecharlas.

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Para aplicar esta idea en lo cotidiano, basta con parar un segundo antes de decidir y preguntarse cómo se siente esa opción en el cuerpo. Si hay tensión, incomodidad o un mal presentimiento, conviene revisar de dónde viene. Si hay confianza, probablemente hay algo aprendido detrás. No es un método infalible, pero sí una brújula que ya ha funcionado antes.

Y esa es una de las lecciones de António Damásio: las emociones no son un relleno. Son el motor discreto que empuja desde dentro. Decidir bien no consiste en pensar más, sino en haber sentido antes. Esa pequeña diferencia entre analizar y elegir se nota cada día en cómo actuamos, aunque no sepamos explicarlo. Porque el cuerpo, muchas veces, ya ha decidido antes de que el cerebro lo sepa.