Daniel Gilbert, psicólogo de Harvard: "Si alguien te ofreciera una pastilla que te hiciera feliz permanentemente, sería mejor salir corriendo"

Anticipar cómo nos sentiremos tras alcanzar una meta suele generar entusiasmo. Sin embargo, esta previsión emocional está plagada de errores que provocan decisiones poco acertadas y expectativas que rara vez se cumplen. El especialista nos explica por qué sucede y por qué imaginar no es tan útil como observar. Apostar todo al futuro puede desgastar más de lo que ayuda.

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Héctor Farrés

Redactor especializado en salud y bienestar

Actualizado a

Daniel Gilbert
Elon University

Hubo un momento en que pensar en el futuro era casi un pasatiempo. Bastaba con imaginar el ascenso, la mudanza, la relación perfecta o cualquier meta brillante para sentir que la felicidad estaba al alcance. Ese ejercicio parecía útil. Sin embargo, resultaba ser un engaño. El entusiasmo por lo que venía tapaba una verdad incómoda:lo que se anticipaba con tanta emoción casi nunca provocaba el efecto emocional esperado.

Daniel Gilbert, psicólogo de la Universidad de Harvard y autor de Tropezar con la felicidad (Ediciones Destino), lleva años investigando por qué fallamos tanto al anticipar nuestras emociones. Lo llama error de simulación, una distorsión habitual que hace que imaginemos el futuro con una precisión emocional bastante pobre.

En sus palabras, recogidas en el libro, “la gente es mala prediciendo su propia felicidad, pero cree que es experta en ello”. Lo más curioso es que esta convicción errónea guía muchas decisiones importantes.

La promesa falsa de lo que vendrá

Esa idea de que alcanzar ciertas metas cambiará por completo nuestro bienestar está tan extendida como sobrevalorada. Gilbert explica que solemos sobreestimar el impacto emocional que tendrá cualquier evento. Una mudanza, un nuevo puesto de trabajo o una relación sentimental no garantizan la satisfacción imaginada.

En Tropezar con la felicidad habla sobre este hecho concreto: La tendencia de que a menudo juzguemos el placer de una experiencia por su desenlace puede llevarnos a tomar decisiones curiosas”.

Mujer feliz en el trabajo

Soñar con un futuro perfecto puede resultar más seductor que realista.

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El atractivo de esa expectativa es fuerte porque permite aplazar el malestar actual con la promesa de un futuro mejor. Pero la realidad emocional tiende a ser más plana. Así que lo que parecía crucial termina desinflándose con rapidez.

Esto se debe a que, según Gilbert, las personas “se adaptan emocionalmente más deprisa de lo que creen”. Por eso, incluso los logros que parecen colosales acaban provocando un efecto mucho más modesto del que se anticipaba. Esa dificultad para prever el impacto emocional real explica por qué la idea de una felicidad constante resulta tan tentadora como equivocada.

Como él mismo ironiza, “si alguien te ofreciera una pastilla que te hiciera feliz permanentemente, sería mejor salir corriendo”. Primero porque no sería para tanto y, además, implicaría suprimir otras emociones necesarias.

Según él, "la emoción es una brújula que nos dice lo que tenemos que hacer, y una brújula que se clava perpetuamente en el norte no sirve para nada". Por lo tanto, la variabilidad emocional es fundamental para la vida humana.

También nos adaptamos cuando todo va mal

La misma lógica funciona cuando la situación empeora. Si perdemos algo importante, imaginamos un sufrimiento largo y desgastante. Pero luego tampoco es así, ya que el cerebro tiene una capacidad de reajuste más alta de lo que se suele pensar.

Gilbert señala que “los seres humanos son obras en curso que creen erróneamente que están terminadas”. Esa sensación de solidez emocional hace que cualquier cambio parezca definitivo, cuando en realidad es solo provisional.

Este fenómeno tiene una utilidad clara: permite evitar decisiones dramáticas en momentos de angustia. Entender que la tristeza o el agobio actuales no durarán tanto como se cree ayuda a no tomar medidas extremas.

En la práctica, se trata de posponer las grandes decisiones cuando el impacto emocional aún está fresco. Así, se permite que el tiempo amortigüe el golpe y que la perspectiva cambie por sí sola.

Imaginar no es tan útil como observar

Aunque parezca contraintuitivo, la mejor forma de anticipar cómo se vivirá una situación futura no es imaginarla, sino mirar qué les ha pasado a otros que ya la han vivido. Gilbert lo resume así: "Si quisiera saber cómo se sentirá cierto futuro, buscaría a alguien que ya esté viviendo ese futuro”. Esa estrategia resulta mucho más fiable que la intuición personal, que está sesgada por creencias, deseos o miedos.

ABRAZO AMIGOS PERDONAR

Observar a los demás funciona mejor que confiar en la intuición, según Gilbert.

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Esto tiene una aplicación directa. Si alguien está considerando dejar su trabajo para emprender, casarse con una persona con un ritmo de vida muy distinto o mudarse a otro país, puede preguntar a personas que hayan pasado por algo parecido.

Lo importante no es que esas personas den consejos, sino que compartan cómo se sienten ahora. Esa información sirve como base mucho más sólida para tomar decisiones.

Apostar todo al futuro desgasta más de lo que ayuda

La búsqueda de una felicidad futura muchas veces implica renunciar al presente. Se aceptan trabajos que no convencen, relaciones que agotan o estilos de vida insatisfactorios con la esperanza de que algún día todo encaje.

Gilbert advierte que este tipo de elecciones, aunque parezcan racionales, rara vez cumplen con lo que prometen. De hecho, señala que “si las cosas por las que nos esforzamos con éxito no hacen felices a nuestros futuros yoes, entonces parece razonable que echen una mirada despectiva hacia atrás y se pregunten en qué demonios estábamos pensando”.

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Tomar decisiones pensando solo en el futuro puede acabar pasando factura.

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Esa reflexión no pretende desalentar la ambición, sino enfocar el esfuerzo en objetivos que ya generen cierto bienestar ahora. Si el camino elegido implica un sufrimiento constante con la promesa de una felicidad futura incierta, conviene revisar si realmente compensa.

Qué hacer entonces: pistas para decidir mejor

Las investigaciones de Gilbert ofrecen una pauta concreta para tomar decisiones más sensatas en el día a día. En vez de confiar a ciegas en lo que se cree que se sentirá, es preferible apoyarse en datos reales, en experiencias de otros y en una observación más honesta de lo que ya se vive.

Esto reduce la frustración y afina el criterio emocional. Además, ayuda a priorizar el presente sin quedar atrapado en promesas emocionales que casi nunca se cumplen como se espera.

Todo esto lleva a una conclusión útil. Las emociones futuras se imaginan con poco acierto, pero las del presente se pueden observar con claridad. Esa diferencia basta para tomar decisiones que no solo parezcan buenas, sino que también lo sean.