Ignacio Morgado, neurocientífico: "La dopamina aumenta cuando hacemos cosas nuevas, recibimos estímulos distintos y estamos en ambientes que no son los habituales"

Cuando esta sustancia se activa sin freno, se puede caer en un bucle de búsqueda constante donde ya no hay placer real, sino solo la necesidad de evitar el malestar, lo que da lugar a patrones de conducta adictivos.

hector
Héctor Farrés

Redactor especializado en salud y bienestar

Actualizado a

Ignacio Morgado
@IgnacioMorgadoB

Lo que apetece a veces no tiene nada que ver con lo que conviene. Un trozo de tarta al acabar de comer, una serie cuando toca madrugar o ese mensaje que no lleva a nada pero cuesta dejar sin leer. El impulso viene solo, no hace falta razonarlo. Basta con que aparezca la idea y se active esa pequeña urgencia por ir a por ello, aunque después llegue el arrepentimiento o el hastío. Algo en el cuerpo lo empuja, aunque el sentido común diga lo contrario.

Ese impulso tiene más influencia de la que aparenta. No busca placer en sí, sino la promesa de encontrarlo. Es deseo en estado puro, un deseo que no siempre lleva a buen puerto, pero que ha servido durante siglos para mover al ser humano

La cuestión es que, aunque haya cambiado el entorno, el motor sigue siendo el mismo. Así lo explica Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología y autor del libro Deseo y placer (Ed. Planeta), que ha dedicado años a entender cómo opera este sistema en el cerebro y qué consecuencias tiene.

Lo que arrastra desde hace millones de años

Antes que la razón llegó la necesidad. Sed, hambre y sexo fueron las primeras palancas que mantuvieron con vida a los seres vivos. Morgado señala en su libro Deseo y placer que “durante millones de años, el deseo y el placer han mantenido la vida en el planeta”.

El deseo aparece como mecanismo de supervivencia: el cuerpo necesita agua, comida, reproducción… y por eso recompensa cada vez que se consigue. “La sed es una necesidad muy potente y su alivio, un placer intensísimo”, afirma el neurocientífico en ABC, que recuerda cómo incluso pequeños gestos activan respuestas cerebrales intensas.

beber agua

Hasta beber agua genera un gran placer.

iStock

El cerebro no almacena agua, así que cualquier carencia provoca una reacción inmediata. “No disponemos de un depósito natural de agua en el cuerpo, lo que convierte la sed en una necesidad de resolución inmediata”, apunta Morgado en la entrevista con el citado medio.

Esto deja clara una cosa: el deseo no es una invención cultural ni una idea abstracta, sino un recurso biológico instalado en nuestra especie. “Todo esto explica que el deseo esté profundamente grabado en nuestra biología”, resume en su obra.

Dopamina: gasolina del impulso, no del placer

El impulso tiene una base química que a menudo se malinterpreta. La dopamina no produce placer, lo anticipa. No se activa cuando se disfruta, sino cuando se espera disfrutar. Morgado aclara en la misma entrevista que “este neurotransmisor potencia el deseo de buscar el placer sin producirlo él mismo”. La diferencia es fundamental, porque explica por qué hay personas que buscan repetir una experiencia aunque ya no les satisfaga igual.

Si el sistema dopaminérgico pierde el equilibrio, el deseo se convierte en una carga. En declaraciones a El Correo, el experto afirma que “el sistema motivacional dopaminérgico puede volverse peligroso si se desregula” y advierte de que “si se dispara, uno puede acabar adquiriendo conductas adictivas”.

En ese punto, el impulso deja de estar vinculado a una expectativa positiva y pasa a funcionar como mecanismo de compensación ante el malestar. La persona ya no persigue placer, sino alivio: "Ya no bebes por el placer de beber, sino para evitar lo mal que te sientes si no lo haces".

Lo que agrada enseña más que lo que castiga

El aprendizaje también responde al deseo. Cuando el refuerzo llega en forma de placer, la memoria responde mejor. En un experimento con ratas, estas recibían estimulación directa en el hipotálamo después de completar una tarea. El resultado fue claro: las que asociaban el aprendizaje con placer lo retenían mejor. Según recoge Morgado en su entrevista con ABC, “el placer potencia la memoria y el aprendizaje”.

ninos aprender desde casa coronavirus

El refuerzo positivo siempre es mejor.

Esto tiene una aplicación directa en la enseñanza, la crianza o los hábitos personales. El cerebro responde mejor a las recompensas que a las amenazas. Como subraya el experto en el mismo medio, “la ciencia ha demostrado que es mejor gratificar que castigar para modular conductas”.

Los cambios duraderos, por lo tanto, se logran más por motivación positiva que por presión o miedo. Y eso, en términos prácticos, permite desarrollar estrategias más eficaces para enseñar, educar o cambiar costumbres.

Cuando el deseo se desboca

El mismo sistema que mueve hacia adelante puede provocar una caída en picado. Hay sustancias que activan artificialmente el circuito del deseo como las drogas, tanto duras como blandas. Su intensidad supera incluso a la de un orgasmo, según los estudios.

En experimentos con animales, algunas ratas preferían seguir recibiendo descargas eléctricas estimulantes antes que comer o dormir. Llegaban incluso a morir por agotamiento.

A partir de cierto punto, como lamenta el especialista, se pierde el control y el impulso toma el mando. Ya no se trata de disfrutar, sino de evitar la sensación de vacío. "La clave para vivir mejor pasa por ajustar nuestros deseos a la realidad", garantiza. 

Esto explica muchas conductas compulsivas: desde el uso obsesivo del móvil hasta el consumo de comida ultraprocesada, pasando por el sexo compulsivo. El sistema no distingue entre causas, solo responde al impulso.

Desear cosas está bien, es humano, incluso necesario. Pero si esos deseos no se adaptan al mundo real —a lo que uno puede, necesita o le conviene en cada momento—, acaban generando frustración, dependencia o malestar.

Cómo mantener el impulso con el paso del tiempo

Con la edad, el deseo se vuelve más perezoso. El sistema dopaminérgico pierde intensidad y eso afecta directamente a las ganas. “Frases como ‘no tengo ganas de salir’ tienen una base neuroquímica”, explica Morgado en su entrevista con ABC. La respuesta habitual suele ser resignarse, pero existen formas naturales de reactivar ese circuito sin necesidad de fármacos.

AMIGOS CENANDO

La novedad de hacer planes distintos genera más dopamina.

El cerebro segrega dopamina con la novedad, por lo que Morgado tiene clara cuál es la receta para ir a mejor: "La dopamina aumenta cuando hacemos cosas nuevas, recibimos estímulos distintos y estamos en ambientes que no son los habituales".

Por eso funcionan los planes que implican variedad: cambiar de rutas al pasear, visitar lugares diferentes, probar actividades nuevas. “A los mayores hay que convencerlos para que hagan ese tipo de cosas”, recomienda el investigador.

Aunque pueda parecer poco, salir a comer fuera, apuntarse a una clase o ir al cine genera pequeños estímulos que reactivan el sistema motivacional. Lo que antes funcionaba automáticamente, ahora necesita un pequeño empujón.