Hay personas que se levantan, desayunan, van al trabajo y vuelven a casa con una constante encima: una voz interna que opina negativamente sobre todo lo que hacen. Les critica cuando se equivocan, les ridiculiza cuando dudan, les frena cuando intentan algo nuevo. Está ahí cada día fastidiando con una frase lista para desmontar cualquier atisbo de entusiasmo o seguridad y creando un escenario negativo.
Phil Stark, profesional con una maestría en Psicología y especializado en diálogo interno, explica en Psychology Today que muchas personas que atiende en consulta tienen una relación tan habitual con esa voz crítica que acaban tomándola por su pensamiento real.
El experto señala que "algunas personas escuchan a su crítico interno tan a menudo que lo confunden con su propia voz", lo que complica detectar que esa dureza constante no forma parte de su personalidad, sino de algo que han interiorizado sin darse cuenta.
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Identificar la voz no basta: hay que descubrir de dónde viene
Esa mezcla de reproche y desconfianza no aparece por casualidad. En muchos casos, esa voz tiene un origen claro en las experiencias de la infancia. Según Stark, la autopercepción de una persona suele construirse a partir de las primeras interacciones con sus cuidadores.
Si de niño alguien se sintió presionado, invalidado o ridiculizado, lo más probable es que acabara desarrollando una imagen personal distorsionada que aún arrastra de adulto. No importa cuánto haya logrado después, la crítica interna sigue actuando como una especie de filtro que descalifica cualquier avance o alegría. El mecanismo es bastante claro: esa figura interiorizada repite los mensajes recibidos hace años, hasta que se perciben como naturales.
Ponerle nombre o forma al crítico interno permite separarlo de la propia identidad y responderle con frases concretas.
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Una forma sencilla de empezar a tomar distancia consiste en anotar las frases más habituales que aparecen cuando uno comete errores o se siente inseguro. Al hacerlo, es frecuente descubrir que algunas de ellas suenan idénticas a lo que decía alguien concreto en el pasado. En ese momento empieza a romperse la fusión entre la identidad y la crítica.
Ponerle cara ayuda más de lo que parece
Stark propone una técnica que funciona bien con muchas personas: externalizar esa voz crítica para dejar de asumirla como propia. Una estrategia práctica consiste en darle un nombre o una forma reconocible, como si fuera un personaje aparte. Puede ser un personaje ficticio, un apodo gracioso o incluso una caricatura mental.
De esa manera, resulta más fácil detectar cuándo habla esa parte de uno mismo y evitar que sus juicios se filtren en la mente como si fueran decisiones racionales. Esta estrategia funciona porque reduce el poder automático que tiene la crítica al dejar de ser un pensamiento disfrazado de realidad.
La aplicación más simple consiste en identificar la frase típica del crítico y decir en voz alta el nombre elegido, seguido de una negación suave o un comentario amable que restablezca el equilibrio. Por ejemplo, con un "voz, déjame en paz porque estoy luchando por lo que creo".
La prueba del “mejor amigo” puede desmontar muchas trampas
Uno de los ejercicios más efectivos que utiliza este terapeuta se basa en imaginar qué diría un buen amigo si viera a la persona en una situación complicada. Funciona especialmente bien cuando la crítica interna aparece al considerar una decisión importante, como cambiar de trabajo o iniciar un proyecto nuevo.
El ejercicio de imaginar cómo respondería un amigo fiel en momentos de duda permite comparar ambos discursos.
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Primero se deja que el crítico hable y exponga todo lo que cree que saldrá mal. Después, se repite la escena desde la perspectiva de ese amigo que apoya y anima. Stark cuenta que muchas veces, tras realizar este contraste, el paciente reconoce la diferencia con una frase parecida a "ojalá pudiera apoyarme tanto como él".
La utilidad de este enfoque es inmediata, porque permite detectar lo desproporcionado de algunas ideas negativas. Basta con escribir lo que diría ese amigo y leerlo después de una jornada difícil.
Convertirse en un apoyo para uno mismo se entrena, no se improvisa
Es fácil suponer que basta con quererse más o pensar en positivo, pero la realidad es más complicada. Cambiar el modo en que una persona se habla a sí misma requiere práctica, intención y constancia. La clave está en establecer un hábito concreto que permita revisar el contenido de esos pensamientos.
Otra forma de gestionar esto es algo tan sencillo como dedicar un momento fijo a la semana, por ejemplo, los domingos por la tarde, para repasar cómo ha sido el diálogo interno durante los últimos días. Se trata de registrar con honestidad si ha predominado la crítica o el aliento y plantearse qué frases podrían haber sido distintas.
Este tipo de revisión no solo ayuda a ser más consciente, sino que refuerza la idea de que el trato hacia uno mismo también se puede mejorar con entrenamiento.
Cuidar el lenguaje interior cambia cómo se vive por fuera
La forma en que una persona se habla afecta directamente a sus decisiones, a su nivel de energía y a la capacidad de afrontar situaciones nuevas.
Aunque al principio pueda parecer incómodo, habituarse a reformular los pensamientos críticos con una perspectiva más amable transforma gradualmente la relación que se tiene con uno mismo. No es cuestión de caer en una visión ingenua, sino de sustituir el juicio constante por una actitud más comprensiva y realista.
Cada vez que aparece un pensamiento duro, es útil hacer el esfuerzo de reformularlo como si se tratara de aconsejar a alguien querido. Esa práctica sencilla puede ser la diferencia entre quedarse paralizado o avanzar con más serenidad.