El paripé duró seis días, pero bastaron para desmontar muchas certezas. En el experimento de la cárcel de Stanford de 1971, algunos voluntarios se transformaron en carceleros autoritarios y otros en presos sumisos, aunque todos sabían que aquello era una simulación.
Aquel ambiente artificial generó conductas reales que sacudieron la psicología social para siempre. Lo que más impactó no fueron las normas ni las condiciones, sino la rapidez con la que el contexto alteró la conducta de personas comunes.
Philip Zimbardo, psicólogo y responsable del estudio, también cayó dentro del sistema que él mismo había creado. Su papel como superintendente lo absorbió tanto que necesitó que alguien externo le hiciera parar.
Tras cinco días, la también psicóloga Christina Maslach, que acababa de conocerle, le dijo que ya no reconocía al hombre con el que estaba saliendo. Aquella frase fue suficiente para terminar el experimento.
Las personas no actúan igual en cualquier parte
El lugar importa más de lo que parece. Cambiar de entorno puede transformar cómo se actúa, cómo se habla y hasta qué se considera aceptable. Zimbardo, autor del célebre El efecto Lucifer (Ediciones Paidós), explicó en una ocasión que “no hace falta ser malo para hacer el mal, basta con estar en el sistema equivocado”, una idea que desbarata la creencia de que solo importa el carácter individual.
El entorno es muy importante, ya que afecta directamente a la forma de ser.
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En realidad, el contexto puede empujar a personas aparentemente normales a actuar de forma destructiva sin darse cuenta de lo que están haciendo. Este planteamiento ayuda a entender por qué es tan importante rodearse de ambientes sanos.
Si el día a día transcurre en lugares donde se normalizan las burlas, los abusos o la indiferencia, esa lógica puede acabar aceptándose como normal. Cuanto más tiempo se permanece en un entorno así, más difícil es ver que hay alternativas. Por eso, identificar con claridad el tipo de comportamientos que se toleran resulta imprescindible para evitar que se conviertan en hábito.
Lo que permites también te cambia por dentro
Der por buenas ciertas actitudes en los demás, aunque sean pequeñas, termina moldeando la forma de pensar. En el entorno laboral, por ejemplo, convivir con comentarios humillantes, silencios u órdenes injustas puede acabar desgastando la percepción de lo que es ético.
Una cultura de empresa que premia la obediencia ciega o la competitividad extrema suele desgastar emocionalmente a quienes trabajan ahí, y empuja a comportamientos que no se elegirían en otras condiciones.
Alejarse de contextos que deterioran es una forma legítima de proteger la salud mental.
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Esto tiene consecuencias directas. Una persona que llega con entusiasmo y valores claros puede empezar a imitar dinámicas que nunca habría aprobado. Zimbardo explicó este fenómeno con una metáfora concreta: “Si metes manzanas buenas en un barril podrido, tendrás manzanas podridas”.
Lo dijo en referencia al caso de Abu Ghraib, cuando defendió que las condiciones de una prisión pueden convertir a soldados corrientes en autores de abusos. Su intención no era justificar nada, sino mostrar que hay entornos que corrompen a quienes entran en ellos.
Los pequeños gestos dicen mucho del entorno
El tipo de bromas que se aceptan, el tono en el que se habla o el silencio ante ciertas conductas también forman parte del sistema. Zimbardo definió el mal como “comportarse de forma que se dañe, abuse, humille, deshumanice o destruya a otros inocentes, o utilizar la autoridad para permitir que otros lo hagan por ti”, tal como recoge su obra académica. Esa definición no incluye solo acciones directas, también apunta a quien permite o justifica.
La experiencia de Zimbardo evidenció que no hace falta ser una mala persona para adoptar conductas dañinas.
Por eso conviene observar loshábitos que se dan por normalesen los grupos más cercanos. Si en un círculo de amistad, por ejemplo, se hace humor con desprecio o se justifican siempre las faltas de respeto, mantenerse ahí refuerza esas conductas.
A veces basta con poner límites claros o pasar menos tiempo con quienes insisten en lo dañino. Cambiar ese tipo de entorno ayuda más que intentar resistir dentro de él.
Salir de un entorno perjudicial es una elección legítima
Decidir alejarse de un grupo o espacio donde se repiten dinámicas destructivas no implica fragilidad. Al contrario, es una forma de priorizar el bienestar mental y recuperar la perspectiva. Zimbardo dejó claro que “la línea entre el bien y el mal es permeable, y casi cualquiera puede cruzarla si se ve presionado por fuerzas situacionales”.
Cambiar de entorno, aunque sea incómodo o impopular, es muchas veces la única manera de recuperar comportamientos que se estaban perdiendo. En el día a día, eso puede significar dejar un trabajo que erosiona, distanciarse de amistades agresivas o simplemente buscar nuevos espacios donde las relaciones se basen en el respeto. Lo importante no es cuánto tiempo se ha estado en un lugar, sino si merece la pena seguir o emprender nuevos rumbos.