Un catedrático en psicología explica si es bueno ducharse con agua caliente si tienes ansiedad

El agua a temperatura agradable relaja la musculatura, reduce la tensión física acumulada y favorece una bajada progresiva del nivel de activación del sistema nervioso, creando un espacio de calma que permite reconectar con el presente y cortar temporalmente el patrón recurrente.

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Héctor Farrés

Redactor especializado en salud y bienestar

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Mujer bañándose y lavándose el pelo
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Todo se acelera cuando el cuerpo interpreta que está en riesgo, aunque no haya peligro real. Basta con recordar una reunión decisiva o una entrega que se atraganta para notar cómo la mente se anticipa a un posible fracaso.

En ese momento, la ansiedad se activa como un motor interno que prepara al organismo para actuar más rápido, pensar con más agilidad y mantener la concentración sin distracciones. Esa reacción, que en principio ayuda a afrontar retos, también puede volverse excesiva cuando el sistema no encuentra freno.

El psicólogo Antonio Cano-Vindel, en declaraciones a Saber Vivir, explica que la ansiedad aparece cuando “anticipamos que puede ocurrir algo que no queremos, y esa anticipación activa el cuerpo, la mente y la conducta”. Esa triple activación prepara para actuar con rapidez, pero también puede agotar.

Al principio, como reconoce el catedrático y expresidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS), el esfuerzo se dirige a resolver lo urgente, como estudiar para un examen o preparar una ponencia. Pero si se prolonga, la ansiedad deja de ser una aliada y empieza a generar bloqueos, confusión y síntomas físicos que complican aún más la situación.

ducha caliente

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Cuando todo se descontrola en pocos segundos

La ansiedad intensa produce un fenómeno que Cano-Vindel describe como un “cortocircuito emocional”, que arrastra al cuerpo a una espiral de miedo y activación. Esa reacción sucede cuando las propias sensaciones físicas se interpretan como una amenaza. El corazón se acelera, falta el aire, cuesta pensar con claridad.

Entonces, el miedo se dirige a esos síntomas, no al problema original. “Nos asustan nuestras sensaciones de ansiedad”, señala Cano-Vindel, y esa preocupación constante acaba generando más ansiedad, en un bucle que se alimenta solo.

ataque ansiedad

La ansiedad es una reacción emocional provocada por la anticipación de una posible amenaza.

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Este círculo viciosopuede derivar en un ataque de pánico. La persona anticipa que algo va mal, se fija en su cuerpo, se sobresalta por lo que siente y termina aumentando justo aquello que quiere evitar. Ese tipo de episodios no se resuelven con una técnica rápida.

A veces se necesitan estrategias que actúen sobre varios frentes a la vez, como la interpretación de los síntomas, la gestión de la atención y la reducción del estrés corporal.

El termostato interno también influye

Uno de los factores que más impacto tiene sobre la ansiedad es la temperatura corporal. El cuerpo dedica gran parte de su energía a mantener el equilibrio térmico, y cuando eso se descompensa, la sensación de fatiga o agobio se multiplica.

Cano-Vindel explica que “el calor y el frío son dos estresores, porque el cuerpo lucha por mantener una temperatura constante”. En ambientes muy cálidos, el organismo suda para enfriar la piel. En condiciones frías, los músculos se contraen para generar calor. En ambos casos, el esfuerzo acumulado agota.

Ese agotamiento es especialmente relevante cuando la ansiedad ya ha disparado otros síntomas, como tensión muscular, aceleración del pensamiento o dificultad para concentrarse. El cuerpo empieza a gastar recursos intentando regular la temperatura, mientras mantiene la mente alerta. El resultado es un estado de sobrecarga que agota tanto a nivel físico como emocional. Por eso, bajar esa activación es imprescindible para interrumpir el ciclo.

Una ducha caliente como pausa útil

Entre las estrategias más sencillas para frenar la ansiedad leve, una ducha caliente puede marcar la diferencia. No es una solución permanente ni la que más apetece ahora mismo, pero actúa como un paréntesis físico y mental. Cano-Vindel explica que “una ducha de agua caliente es un alivio temporal para pequeños estados de estrés y ansiedad”.

DUCHA

La ducha caliente es especialmente eficaz, por ejemplo, al volver del trabajo.

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El calor relaja la musculatura, reduce la activación fisiológica y ofrece un momento de desconexión mental. Esa combinación resulta eficaz cuando la tensión no ha escalado demasiado y se necesita un corte rápido que permita recuperar el equilibrio. "El cansancio producido por estrés y los síntomas de ansiedad, de hiperalerta, pueden ser aliviados por una ducha caliente", garantiza el catedrático.

Al igual que un masaje o una meditación breve, esa pausa ayuda a ralentizar el ritmo interno y a centrar la atención en algo corporal y presente. Por ejemplo, al volver de una jornada agitada, una ducha templada puede calmar la mente y facilitar el descanso.

Otras formas cotidianas de soltar la tensión

El movimiento también tiene un efecto directo sobre la ansiedad. Hacer ejercicio físico de forma regular contribuye a regular la respiración, a liberar tensión muscular y a canalizar la energía acumulada. Además, el contacto social y los cambios de actividad mental, como una conversación o una actividad creativa, permiten salir del bucle de preocupación constante. El descanso reparador y las técnicas de relajación también ayudan a recuperar un estado de calma.

Cuando estos recursos ya no son suficientes o la ansiedad se presenta de forma repetida, la intervención profesional resulta imprescindible. La terapia cognitivo-conductual, según Cano-Vindel, enseña a manejar mejor el estrés y las emociones, además de incluir herramientas para modificar hábitos poco útiles que empeoran el malestar. “Una terapia, por breve que sea, requiere varias sesiones”, apunta, y va más allá de soluciones puntuales como una ducha o un masaje.

Un alivio puntual, pero no un remedio general

La ducha caliente es una herramienta sencilla y útil en momentos de ansiedad moderada. Ayuda a reducir la tensión, a bajar el ritmo y a recuperar algo de bienestar. Pero no resuelve los problemas de fondo ni sirve como única estrategia cuando los síntomas son intensos o frecuentes.

El alivio que ofrece es real, aunque limitado. Saber cuándo usarla y cuándo pedir ayuda es imprescindible para poder salir de la espiral o quedarse atrapado en ella.