Cocinar con hierbas aromáticas tiene innumerables ventajas. De entrada, aumentan el sabor de alimentos que tienen un gusto más suave sin necesidad de añadir sal o aditivos perjudiciales para la salud, como por ejemplo el glutamato monosódico.
- Algunas facilitan la digestión de comidas grasas o pesadas; otras incluso tienen propiedades antisépticas (actúan como antibióticos naturales) y alargan la conservación de los alimentos, ya que dificultan que los microorganismos se multipliquen.
Como verás a continuación, se clasifican en cinco grandes grupos según los beneficios que nos aportan. Pero, antes, toma nota de cómo conservarlas:
- Si son frescas. Corta un poco el tallo y ponlas en un vaso con agua en la puerta de la nevera. O guárdalas “en bocadillo” entre dos hojas de papel de cocina humedecidas.
- Si son secas secas. Guárdalas en un lugar seco, fresco y alejado de la luz solar, que puede oxidarlas. Si empiezan a oler a rancio o se oscurecen, quizá se estén echando a perder.
Potencia sus virtudes
Usarlas bien es tan importante como conocer sus beneficios. Estas son las cinco claves para sacarles todo el partido:
- No mezcles dos hierbas muy fuertes. Taparás las características de una de las dos y puedes llegar a crear sabores desagradables.
- Pica las frescas en el último instante. Apreciarás mucho más tanto su aroma como su sabor, que se libera al romperse sus células vegetales.
- Añádelas con el fuego apagado. O al final de la cocción. Si lo haces al inicio, corres el riesgo de que se oxiden, se vuelvan amargas y pierdan sabor.
- No te excedas con las secas. Su sabor está mucho más concentrado que el de las frescas, por lo tanto, ten cuidado con añadir más de la cuenta.
- Elabora aceites y vinagres. Incorpora algunos tallos y hojas frescas y guárdalos en un recipiente bien hermético. Protégelos de la luz y del calor.