La etapa que abarca la adolescencia suele ser complicada para quien la vive. Pero este paso de la pubertad a la juventud también trae de cabeza a muchos padres, quienes muchas veces no saben cómo comunicarse con sus hijos.
Es un período en el que los adolescentes tienden a creer que sus progenitores no les entienden, nos les escuchan, y si como padres no sabemos gestionar esta etapa, podemos no darnos cuenta de posibles problemas de comportamiento, de autoestima, sociales, en los estudios, etc.
Y es que aunque los adolescentes no lo vean así, los padres son un apoyo fundamental durante este periodo de cambios y debemos hacer un esfuerzo para hacer que se abran, escucharles e intentar comprenderles.
La escucha activa puede ser una buena herramienta para ello, y nos ayudará a tener una buena dinámica familiar y una comunicación más fluida.
Qué es la escucha activa
Hay personas que de una forma natural ya hacen una escucha activa, pero esta habilidad puede ser adquirida y desarrollada con la práctica.
“La escucha activa es la capacidad de escuchar atenta y empáticamente a la persona que nos está hablando, tratando de comprender tanto su mensaje formal como el contenido emocional que nos transmite, tanto con sus palabras como por sus gestos y su prosodia (entonación, acentuación, ritmo, velocidad de habla...)”, explica Carles Vives Maulini, psicólogo sanitario especialista en niños y adolescentes del centro GAP de Barcelona.
Con la escucha activa no se trata de oír a la persona que nos habla, sino de estar concentrados en el mensaje que nos intenta comunicar. Tener empatía también es relevante, así como la aceptación y el feedback.
En la escucha activa la expresión que mantenemos mientras escuchamos así como nuestros gestos son claves, ya que la comunicación no verbal es tan importante como la verbal.
Su importancia en la adolescencia
Si la escucha activa es importante para comunicarnos con cualquier persona, con los adolescentes es sumamente relevante.
Este periodo de la vida marca el proceso de transformación del niño en adulto, con cambios físicos, sexuales, cognitivos, sociales y emocionales que en muchos casos causan inquietud, malestar y ansiedad.
“Es una etapa en la que tienden a ‘no sentirse comprendidos’ (aunque a veces tampoco ponen facilidades para ello debido a su incipiente proceso de individuación), y la escucha activa en ellos puede originar tanto una empatía entre iguales como una comprensión intergeneracional”, explica el psicólogo.
El hecho de percibir que la persona que tienes delante te presta toda la atención e intenta comprenderte, hace que la comunicación sea más fácil y fluida.
“Siempre tenemos tendencia a hablarle a quién nos escucha. Los adolescentes suelen recurrir más a su grupo de iguales para abordar aquellas cuestiones que les empiezan a acercar a la vida adulta como la política, ideales, moral, dimensión espiritual y/o religiosa, las relaciones interpersonales, las afectivo-sexuales… Pero cuando hay problemas graves, el comodín de papá y/o mamá siempre está presente, y más cuando ha habido experiencias previas de empatía y comprensión”, afirma Carles Vives Maulini.
Cómo identificar si no nos comunicamos bien
Según nos explica el psicólogo, si no hay una buena comunicación, el adolescente ‘pasará’ de nosotros, no nos contará demasiadas cosas, las conversaciones serán muy monosilábicas, se aislará en su habitación o con el móvil…
Además, nos reprochará que no le escuchamos, que no le entendemos, que no somos nadie para decirle nada…
Para reconducir esta situación, podemos intentar desarrollar la capacidad de escuchar activamente.
Sus beneficios radican en que ”nos permite conectar con esta persona que tenemos delante y con sus necesidades reales (expresar sus inquietudes o sentimientos, sentirse comprendida, contarnos un problema que ha tenido con alguien o con nosotros…)”, afirma Carles Vives.
¿Y cómo lo hacemos?
Claves de la escucha activa
Para estar realmente presentes en una conversación, debemos usar las siguientes señales verbales y no verbales:
- Mantenernos atentos a la conversación sin distraernos.
- Le miraremos a la cara (preferiblemente a los ojos).
- Haremos breves comentarios verbales del tipo “ya”, “vaya”, “creo que te entiendo…”.
- No interrumpiremos al hablante y dejaremos que él o ella guíe la conversación hacia donde desee.
- No debemos juzgar ni descalificar.
- Tendremos una postura corporal receptiva: nuestro cuerpo estará orientado hacia él o ella.
- Nuestros gestos y expresión facial irán acorde a lo que nos está contando.
Todo esto son señales que mandamos y que en lenguaje no verbal están diciendo “estoy aquí, te estoy escuchando, me importa lo que dices e intento comprenderte”.
Nuestra misión: conseguir que se abran
“Cuando el adolescente ve que el adulto le escucha activamente, suele buscarle más para contarle sus asuntos, es más espontáneo, y le explica tanto cuestiones cotidianas como algunas más íntimas”, asegura Carles Vives.
Con la escucha activa podemos ayudarles a ordenar sus ideas, a hacer una escala de prioridades y a darles seguridad para tomar decisiones. Es importante no juzgar y ni querer imponer nuestras ideas, así como no descalificar al dar nuestra tu opinión.
“También es importante no caer en la tentación de querer aportar soluciones rápido y corriendo, porque quizás lo único que necesita la otra persona en ese momento es ser escuchada o desahogarse. Siempre podremos proponerlas, pero preguntando antes si quieren nuestra opinión o si quieren saber qué haríamos en su lugar”, explica el psicólogo.
Si tu hijo o hija siente que cuando habláis le prestas atención y le das importancia, seguramente se animará a abrirse un poco más, con lo que la comunicación familiar será más fácil y podrás estar más presente en su vida.