Un amplio estudio ha seguido la evolución de más de 8.700 personas en once países europeos durante 25 años para comprobar la posibilidad de que el asma sea un factor de riesgo de desarrollar obesidad. Y el resultado parece claro.
Los datos, publicados en la revista científica Thorax, reflejan que los asmáticos tienen un riesgo hasta un 21% superior de acabar siendo obesos.
Afecta más al asma no alérgica
La investigación ha recogido datos sobre salud respiratoria que elabora periódicamente la Unión Europea y que responden a tres periodos distintos, entre 1990 y 2014. Son datos que se recogieron en intervalos de diez años. En esos estudios se ofrece el índice de masa muscular de los participantes y su capacidad pulmonar.
El asma de larga duración no alérgico y los fumadores tienen muchas más opciones de tener obesidad
Estos datos también recogen las posibles patologías de los voluntarios. Así se obtuvo que entre el primer y el segundo control hubo:
- Entre personas sin asma, un 14,6% de ellos que ahora tenía obesidad.
- Sin embargo, en el grupo de los que tenían asma, este aumento era prácticamente del 17%.
- Si al asma se sumaba que la persona era fumadora, ese porcentaje era ya del 21%.
Otro factor significativo era la duración de la patología. Si llevaban tiempo sufriendo asma, el riesgo de obesidad era mayor: el 32%. Y también influye el tipo de asma. Si es un asma no alérgica prácticamente se duplica el riesgo respecto a los que sufren asma por alergia.
El papel de los corticoides
En la investigación también se puso en evidencia el papel que tienen los corticoides en el aumento de peso. Eso no era una sorpresa para nadie puesto que ya hay numerosos estudios que relacionan este tipo de medicamentos con el riesgo de obesidad.
Los nuevos datos reflejaban que las personas con asma que trataban su enfermedad con corticoides tenían hasta un 99% más de riesgo comparados con quienes no se medicaban con estos fármacos.
“Una posible explicación del aumento de peso asociado al asma podría ser la reducción de la actividad física en los pacientes asmáticos. Sin embargo, nuestros resultados no apoyan esta hipótesis, ya que los niveles de actividad física en nuestro estudio no afectaron a la asociación observada”, ha explicado la doctora Judith Garcia-Aymerich, autora del estudio y responsable del programa de enfermedades no transmisibles y medio ambiente en ISGlobal.
Un estudio pionero
Algunos estudios anteriores ya han mostrado que el asma y la obesidad comparten factores de riesgo. Factores que pueden ser de estilo de vida (por ejemplo fumadores), ambientales (ciudades con altos niveles de polución) y socioeconómicos (barrios empobrecidos) y en donde se reflejan más casos tanto de asma como obesidad.
Esas investigaciones se centraban en los mecanismos por los que la obesidad podía provocar asma, “pero la relación inversa no había recibido mucha atención hasta hace poco”, han publicado los autores.
El estudio refuta datos previos que relacionaban la obesidad solo con mujeres asmáticas
Uno de esos estudios previos reveló una asociación entre el asma y la obesidad solamente en mujeres. Mientras que en este nuevo informe, esta asociación no vio diferencias de sexo.
Otro estudio durante diez años en niños ya había encontrado esa asociación entre asma y obesidad. Pero este es el primero en que esta asociación se hace en adultos.
Qué provoca la obesidad
Si, como señala este estudio, no se ha podido constatar una relación clara entre asma y sedentarismo, ¿qué factores pueden ser los que aumenten el riesgo de engordar?
Los autores admiten que no tienen una respuesta. Según la doctora Garcia-Aymerich, esos factores “aún son desconocidos”. Pero "independientemente de los mecanismos, nuestros resultados tienen implicaciones para la atención clínica de los adultos con asma", ha añadido.
Se ha de vigilar el peso y se ha de mantener rutinas saludables que ayuden en este sentido. Pese a que el estudio no es concluyente, ser activo y hacer deporte es un hábito de vida siempre aconsejable. De hecho, hasta hace solo unas décadas se creía que las personas con asma no debían ejercitarse para evitar sufrir crisis respiratorias. Hoy se sabe que, si la enfermedad está bien controlada, el ejercicio mejora la función cardiorrespiratoria.