Nos entra sueño porque la sangre se dirige hacia la zona intestinal y gástrica, ya que el estómago “tiene trabajo” para hacer la digestión y gasta mucha energía en ello. Eso nos provoca la típica somnolencia tras las comidas.
Si, además, la comida es abundante, estimula la producción de insulina, la hormona que segrega el páncreas para que la glucosa pueda entrar en las células. Y la insulina “limpia” el torrente sanguíneo de todos los aminoácidos excepto el triptófano, que en gran cantidad puede aletargarnos.
Aún hay otra razón: en el ciclo hambre-saciedad participan dos hormonas, la grelina (que nos abre el apetito) y la leptina (su secreción, en cambio, nos indica que ya estamos saciados).
La leptina tiene un efecto antagonista sobre la hormona cortisol, que nos mantiene activos. Es decir, la frena. Por eso, existe cierto predominio de la melatonina, la hormona del sueño. Y por eso, también, tenemos más tendencia a dormir cuando estamos saciados.